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Mostrando entradas de mayo, 2018

EL RAYO DE LAS PAMPAS Santiago Peluffo Soneyra

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Tu vieja había muerto dos días atrás. Tan de repente, que apenas llegaste a tomar el avión de la medianoche para estar la tarde siguiente en tu pampa querida. Después de diez años. El cuarto estaba igual que cuando eras adolescente: los posters descoloridos de los grandes atletas en las paredes y en la repisa junto al escritorio, tus medallas y trofeos. Enseguida, tu cabeza se llenó de instantáneas de esa figura corta y desgarbada corriendo más rápido que ninguno por las pampas desoladas, alentado siempre por tu vieja. Los recuerdos se combinaban con un dolor profundo e ingobernable, que se esparcía por tu cuerpo como un virus, y el único anticuerpo posible en ese momento de incomprensión estaba en tus tobillos. Ni alcanzaste a cambiarte: de un tirón cruzaste el jardín, y sin darte cuenta ya habías llegado al río. De ahí al muelle, y del muelle al club de pescadores. Y seguiste corriendo. Eran vos y tu dolor, nadie más. Al pasar frente al club de pescadores notaste los cam

ESPÓSITO Martín Belzunce

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Un rayo de luz se cuela por una pequeña grieta de una persiana cerrada en una habitación del barrio de Pompeya. Sobre la cama de la habitación yace Roberto con los ojos abiertos como si soñara despierto, no obstante la expresión de sus ojos nos dice que seguramente se encuentra en medio de una pesadilla. Si Roberto pudiera mirar por esa rendija en la persiana, vería como tres niños sentados en la vereda comparten una gaseosa, vería también el sol escalando el cielo celeste de Buenos Aires   y los gorriones inspeccionando el piso en busca de insectos o de alguna miga de pan. Uno de los niños tiene una pelota de fútbol entre sus piernas y con sus pies la mueve de un lado a otro, los tres ríen mientras disfrutan el sol de media mañana en la cara. Transpirados comentan los pormenores del fútbol matutino sobre el empedrado de la calle Fournier. Tal vez si Roberto levantara la persiana y viera esos niños riendo, el sol de la mañana reflejado en el empedrado y escuchara el canto de los go

CUENTO DE AMOR NEGRO Ana Vidal

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Me siento un poco estúpida en medio del mar, en una lancha inmóvil al Oeste de la isla. A merced de la marea y de Alberto. El cielo es azul intenso y el sol abrasa sin piedad, como corresponde a estas latitudes víctimas de agujeros de ozono en esta época del año. Perdí de vista a Alberto, el esfuerzo por mirar a lo lejos me cansa y seguir parada no tiene sentido. Busco una sombra escasa donde recostarme, siento la piel tirante y la boca seca. La botella de agua está en la popa y no tengo ánimo para ir a buscarla. Seguro que zozobraría y junto conmigo la lancha, el bolso, la relación con Alberto y todo lo demás. Logro dormir cerca de media hora. Cuando despierto, estoy empapada en sudor y la luz apenas me permite entreabrir los ojos. Alberto todavía no ha regresado de nadar. Sobre la borda veo una línea fucsia en el horizonte y todo lo demás es océano azul infinito. Me doy vuelta y lo único que veo es una línea fucsia en el horizonte y todo lo demás es océano azul infinito. Giro la