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Mostrando entradas de enero, 2020

SÁBADO DE MERCADO María Victoria Cristancho

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Las papas estaban organizadas por orden de tamaño, las chiquitas al frente, mientras los tomates formaban una pirámide desbalanceada y una generosa piña estaba rodeada de naranjas, manzanas y un amarillo racimo de bananas. Lea y Aida se sentían satisfechas y estaban seguras de que si lograban vender todo podrían regresar a casa y reencontrarse con su mamá. No recordaban cuánto tiempo llevaban allí paradas, bajo ese sol sabatino, caluroso y húmedo. La última vez que habían visto a su madre, ella estaba trenzada en una ininteligible discusión con el vendedor de pescado. Ellas la seguían con la mirada, pero de repente había quedado fuera de su vista, tapada por la multitud que por momentos se atravesaba como en caravana.   ¿Cuánto tiempo había pasado? No tenían idea, cinco minutos, una hora… Ambas tenían miedo, pero Lea más que Aida. Cuando Lea le tomó la mano tan duro como pudo a su hermana y le declaró su temor, Aida entendió que ella debía mostrarse más fuerte, aunque le revolo

A SOLAS Karmel Almenara

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Suave, cálida, mullida, como aquella vez que agarré tu mano con los guantes puestos de camino a la escuela. Mis dedos desnudos, largos y llenos de terminaciones nerviosas, se hunden en una sedosa superficie que lo cubre todo, como la de la gata de angora, aquella a quien un coche arrancó de este mundo antes de lo previsto. Te encantaba aquella gata y te sentiste culpable de su destino. Noto la sensación de calor de su cuerpo atravesando las yemas de mis dedos, una agradable sensación que reconforta mis manos frías y cansadas de toda la semana. Los pliegues de su jersey morado, con su tersa superficie de lana fina, parecen montañas dibujadas por el boli de una niña. Y en mi cabeza, llena de los mil pensamientos de un sábado tan diferente y tan como otro cualquiera, las imágenes en sepia, recuerdos de un pasado reescrito y siempre más agradable, se mezclan con la sonrisa estúpida de adolescente que aún sigue en mí, pese a tantos años y vivencias, pese a no poder darte la mano al ir