TREINTA AÑOS Amanda Vilanova

 

Estaba caminando por el centro de la ciudad, intentando no mirar Google Maps, en busca de un Starbucks donde tomarse un café grande y comerse un pedazo gigantesco de bizcocho para olvidar la falta de expresión de la mujer detrás de la cámara. Después, inevitablemente, lloraría por el culo enorme que tenía que crecía paulatinamente con cada bocado. En los ojos de la mujer notó que había visto chicas como ella antes y las vería después; que ella no tenía el “it”, la vaina inexplicable que estaban buscando para ser una protagonista en cualquier cosa. A Elena no le habían explicado bien como conseguir el “it” porque si no ya lo habría hecho. Habría encontrado, fabricado, desarrollado, patentizado y multiplicado el “it.” Lo habría conjurado. Le habría vendido su alma a Úrsula, a Dios o al diablo. Se dio por vencida y sacó el Google Maps. Entró un mensaje de texto.

Yadira: “qué bueno que nos va cabrón porque si no tendríamos que suicidarnos en un mes. Jajajajajajaja lol. ¿Cómo estás?”                                                                      

Le llegó el recuerdo tan súbitamente como la vibración del celular. Los ojos aguados de Yadira con el olor a Medalla y pasto que cubría el aire e impregnaba las sábanas.  Ella tenía puesto un crop top azul sin brasier que, tras una noche intensa, tenía una mancha marrón entre las tetas que ninguna de las dos sabía cómo había llegado ahí.  Elena llevaba un pantalón corto para que el nacimiento de las nalgas se asomara con cada taconazo. Era la época en que la cosa más importante era cuantas miradas añadían a su lista. En la esquina de la Avenida Universidad se habían dado la primera cerveza y ese fue el comienzo de la procesión de bebidas de la noche. Terminaron tarde, muy tarde mirándose una a la otra entre llanto y risa. “Sabrá Dios si salimos al mismo tiempo o en el mismo hospital, yo nací en Auxilio Mutuo,” dijo Yadira entre risas. Con cada inhalación y cada sorbo de cerveza tibia se alejaban de su nacimiento en común, el mismo año y día, hacia su futuro. Las posibilidades esparcidas, variadas y todas igualmente atractivas.

“Lo importante es que no seamos treintonas fracasadas. A mí a los treinta me tiene que estar yendo increíble, me sigues, como que descubrí la luna o la cura del cáncer, una jodienda así.”

“Sí, loca.” Le respondió Elena que con los ojos cada vez más achicados, veía a Yadira como rodeada por un halo, brillante, a lo Virgen María.

“Si soy una fracasá a los treinta me mato…”

“Yo también.”

“Vamos a hacerlo, si llega nuestro cumpleaños treinta y no hemos logrado lo que queremos nos matamos juntas.” Dijo Yadira, que había hecho una pausa en el vaivén del blunt para mirar a Elena a los ojos con franqueza absoluta.

“Te lo prometo loca, que si las dos estamos fracasás nos matamos juntas.” Elena dijo mirándola a los ojos.

“No va a pasar, pero, por si acaso, hay que tener un plan.”

Subió la mirada del celular justo a tiempo para evitar una colisión con un hombre alto que esperaba el autobús. En un mes ambas cumplían treinta años. Este hecho había permanecido latente en su consciencia, pero el mensaje de Yadira confirmó el paso del tiempo no solo para Elena sino para el mundo.

Caminando hacia Central Park, Elena abandonó la idea del café al toparse con Big Gay Ice Cream. Pidió un Salty Pimp con mucho dulce de leche. El muchacho rubio con la gorra rosa puesta con el borde hacia el lado la miró. “¿Un día difícil, honey?” “Yeah.” “Le hecho un poquito más, solo para ti.” Elena caminó las dos cuadras a Central Park con su cono en mano. Iba de prisa, no se le fuera a derretir antes de llegar a un banquito. Flotaba el mar de conversaciones y las risas distantes de niños jugando. Se sentó en un banco y miró el agua del lago y la gente. Rompió el chocolate duro que cubría el cono. El dulce de leche y la vainilla se deslizaron sobre su lengua. La combinación de sabores estaba deliciosa. Pasaban incompletas las conversacione

“Es ridículo, y’know, como que, es un derecho humano.”

“Yo pienso que tienes que establecer límites…”

“Ella es como bien quirky y libre, osea, se presenta de esa manera, pero me pregunto si es real...”

“Realmente es una poodle, es que me gusta cortarle el pelo como una….”

“Es ridículo, yo no sé lo que está pasando en esta ciudad…”

“Es fucking racista es lo que es…”

Lamía el cono despacio, con gusto. Repasó los eventos del día.

“Maaaaaaamiiiii, me puedo quedar un ratito más por favooorrrr.”

3len@: Jajajajajajaja, diablo sí. Estoy que si no me cogen en la próxima audición me mato. Jajajajajaja.

Yadira: Qué va. Vívete tu propia película. Lol.         

Le salieron lágrimas, pero no importaba porque la sal acentuaba el dulce de leche, la vainilla y el chocolate. Además, en Nueva York todo el mundo llora en público.

Se imaginaba a Yadira, a esta hora estaría de almuerzo en su oficina en el bufete Fraticelli-Muñiz. La imaginaba a punto de montarse en el carro que estacionaba en la Ponce de León al llegar al trabajo y en su apartamento en Miramar al final del día. Se la imaginaba pagando su almuerzo con la tarjeta del novio gringo que nadaba en la playa en las mañanas. Imaginaba a la perrita de Yadira, que comía pollo cocido en el Air Fryer todos los días, mirando por la ventana del apartamento esperando. A Yadira le va cabrón.

Quizás debo hacer lo que dice mami y abrirme un TikTok. A ver si me hago viral…

Una mujer en “powersuit” verde menta y tenis negras NIKE pasó frente al banco. Los tacones debe tenerlos en la cartera. Caminaba con un hombre de la misma estatura, en un traje azul celeste. Ambos en medio de alguna llamada importante. Echaron una mirada de pena a Elena. Las lágrimas seguían bajando y su lengua recorría el helado cada vez más pequeño

“Esas fechas pueden funcionar, déjame verificar el calendario y te devuelvo la llamada…”

“Perdón, pero tienes que mirarlo desde nuestro punto de vista, nosotros somos lo que asumimos el riesgo, después de todo…”

Tanta come mierdería con el Tiktok y aquí sola y pelá...

“O sea yo ni le pedí su opinión. Como dicen, las opiniones son como el roto del culo todo el mundo tiene u…”

Elena mordió al fin el cono. El crunch del waffle le retumbó en la cabeza. Las lágrimas como pintura mojada dejaban rastros sobre sus mejillas; le bajaban por el cuello hasta la camiseta.

“No es poliamor verdaderamente si no conectas emocionalmente con la persona… eso es acostarse por ah…

“Salte de mi cabrón camino…”

Con el segundo mordisco del waffle a Elena le pareció que nada en el mundo era nuevo. Ni los árboles verdes y altos alineando las aceras llenas de gente en Central Park. Ni el cono, ni las parejas, ni los niños en el parque, ni las conversaciones… Ni la mujer en el banco con el cono llorando.

Todo se ha retratado ya. Sin cámaras, ni reconocimiento.

Hay una música en el fondo que contrasta con el llanto de la mujer en el banco. La cámara se acerca lentamente. La vemos completa, luego solo de la cintura hacia arriba…solo su rostro, luego sus ojos aguados. La imagen se disuelve y regresa a un cuarto doce años antes, iluminado por una leve luz roja y lleno de humo. Dos chicas se hacen promesas de alguna especie y ríen.

“Tienes que hacer tiempo para ti, y’know, self-love y self-care…”

Y entonces la protagonista tiene una epifanía. Rememora frases importantes de su vida hasta ese momento en un voice over que crece en volumen poco a poco hasta apoderarse de todo.  

Todo el mundo piensa exactamente lo mismo.

“La vida es muy corta, ¿me entiendes?”

De pronto siente que esta es la vida que había deseado siempre. El sol brilla sobre Central Park, se descubre a sí misma frente al lente. Pasan tres chicas en patines y luego se ve, hermosa, sentada en un banco, lágrimas colocadas de manera simétrica sobre su rostro. Un helado perfecto en su mano. Se seca las lágrimas. Sonríe. Toma una decisión. Se levanta. Se ve de espalda conquistando el mundo, la brisa soplando su pelo marrón, caminando hacia el sol.

Un mes más tarde el teléfono vibró, vibró y vibró y se quedó sin respuesta.

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

CHIRU CHIRU Denisse Vargas

EL CAMISÓN BLANCO Daniela Trapé

LA REGLA DE ORO Jorge Chartier