LA CASA VACÍA DE VIDA José Zavala


Consiguió dominar la idea de la partida. Recorrió ciertas calles de la ciudad para asegurarse que nunca extrañaría los pozos, los perros saliendo en manadas a ladrar y morder las ruedas del vehículo. Las cunetas pestilentes de agua estancada por meses, los mosquitos descarados. Un calor infernal que lo estampaba contra el asiendo del cual el aire acondicionado no lograba despegarlo.
Las casas básicas, endebles, apiladas desordenadamente a ambos lados de calles sin final. La laguna con camalotes y paja brava que solo los caballos y niños disfrutaban sin precaución alguna de quien sabe que impurezas se mezclaban ahí. Los árboles majestuosos que sobrevivían a los calores interminables, sin referencia de a ser afectados, mirando desde arriba a los mortales que se desvanecen en letargos inesperados.
Solo transitaban individuos de andar cansino, motivados por desesperaciones extremas. Campeando la tranquilidad total, sólo interrumpido por el ruido de un motocicleta de 50cc, y en esta dos tripulantes, que oteaban…, buscando señales de casas deshabitadas circunstancialmente, las que se desnudan para ser expoliadas por ese par de ladrones. Una sola ventana entreabierta alertó su atención. Giraron, regresaron sobre lo recorrido, volvieron a girar pero esta vez círculo en el medio de la calle donde la ventana les anunciaba una posibilidad. Apagaron el motor; el silencio se impuso… simulan reparar, la escena estaba declarada, ahora solo quedaba esperar la oportunidad para el asalto.
En ese mismo barrio, largos meses de preparación, quedaron manifestados con la última silla reconocida gracias a un escuálido foco que iluminaba la habitación. Mi casa vacía, ahora, de una vida de veranos largos que llegaba a su fin. -Siempre puedo regresar… pero por que pensar en ello…, si estamos con el entusiasmo para alejarnos de todo este polvo que se localiza en lo más recóndito de los espacios menos esperados. –Abandono todo esto, listo para viajar a otro continente.
Algo me llama la atención, la ventana entreabierta, la misma que utilizaron para arrebatar la computadora, esa que era tan vieja que me daba vergüenza tirarla para no enfrentar una potencial pregunta sobre su antigüedad. Pero ocurrió, el ladrón, nada avezado en IT, se la llevó ahorrandome el potencial escarnio inquisitivo. Lo cual ocurrió hace meses, en otro verano malogrado, cuando termine la construcción de mi casa. Desde ese desgraciado evento, fabrique  rejas internas en cada ventana. Estas quedaban ocultas por el postigo, para proteger...
Desde entonces se asentó el odio que me domina. Imagine una y otra vez formas de atrapar al desesperado apropiador de lo ajeno. Traduje el odio en tácticas defensivas. Llegue a la locura al punto de imaginar escenas en donde una turba de vecinos rodeabamos a todos los ladrones en un solo instante. Vi sus caras desencajadas como animales furiosos. He explorado una plétora de posibilidades… todas inconducentes, inútiles.  
Ocurrió durante una siesta de un clásico domingo polvoroso. Solo quedaban en la casa, la silla y la escopeta cargada con cartuchos de sal..., allí muy cerca de aquella ventana. El mecanico simulador, dejaba a su compañero de campana, se lanzó raudo hacia la casa. Se aproximo haciendo ruido al abrir el portón con campanitas de cobre repujado..., luego el ‘crick...crack’ de sus pasos sobre las piedras de córdoba. La intensidad de la luz penetrando por la ventana se incrementó lentamente con el abrir del postigon, lo observe petrificado pero con mi corazón palpitando, generando litros de adrenalina. El momento de saciar el odio había llegado intempestivamente. Camino a su encuentro sin sentir mis pasos. Una figura se perfiló a contraluz. Luego en un momento inesperado un conjunto de destellos disímiles, invadió todo. Un cuerpo tendido y mi dedo aún transpirado tensando el gatillo… luz… mucha luz entra ahora por la ventana de la casa vacía de vida.

 Hemel Hempstead 30/06/17


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