EL DIARIO DE NANA Lester GeMedina


Hoy abuela llegó a recogerme al colegio en carro. Ni siquiera me acuerdo cuándo fue la última vez que alguien de mi familia manejó para ir por mí, pues mamá, que era quien casi siempre lo hacía, perdió el interés por manejar. Dice que por el tráfico que siempre es tan pesado. Yo sospecho que el accidente fue la causa de su decisión.
Cada tarde, sea que me baje del carro o del bus que me lleva a casa luego de clases, veo a mi hermana desde la calle, que observa a través de una de las ventanas de la sala, la que está cerca del retrato donde estamos abuela, mamá y yo, justo en medio de las dos. Ella tiende a ocultar las manos detrás de su espalda. Y encima de todo sonríe. Sé por qué lo hace. Sonríe porque es su manera de decirme que no la regañe, como lo hacía mamá. Nunca hago eso, porque sonríe con tanta naturalidad. Al menos su táctica es mejor que la mía, pues yo solía enojarme y lloriquear cuando por la misma razón, mamá me regañaba por chuparme el dedo gordo. A veces yo lloraba para poner la situación bajo control. Nuestra madre nunca se tragaba eso.

Una vez que subo por la rampa, abro la puerta para entrar a casa, y avanzo tan rápido como puedo hacia ella para saludarla. Antes de acercarme completamente, bajo la mirada para ver sus pies venir hacia a mí. De pronto, las dos nos detenemos, una frente a la otra. Sus pies frente a los míos. Ambas levantamos la vista muy lentamente; puedo verle los pies calzados con esos zapatos amarillos, sus favoritos, y luego su pantalón del colegio, hasta llegar al suéter, y finalmente su cara. Las dos nos quedamos viéndonos fijamente la una a la otra, con una sonrisa a punto de estallar. Me acerco lo más que puedo y estiro la mano para peinar su pelo con mis dedos, le digo hola, y le pregunto cómo fue su día en clases. Es nuestra forma de saludarnos, como un ritual de hermanas.

En mi familia somos cuatro, abuela, mamá, mi hermana y yo. Mi nombre es Mari. El de mi hermana, Sol. He sabido de personas que llevan estas dos palabras como un solo nombre, y me encanta la combinación. Pero nuestra madre tuvo que dividirlo al enterarse que tendría dos hijas. Qué extraño debió haber sido escuchar eso, creyendo que esperaba tener una, y luego darse cuenta que eran dos. Suena como si una misma persona hubiese sido separada en dos. En ocasiones he escuchado a mi abuela decir que mamá tuvo un parto de alto riesgo. La verdad no sé bien a lo que se refiere.
Para mí, Sol es siempre Sol, aunque a mí en casa me llaman “Nana”, de cariño. Sol fue la primera en nacer, como el Sol, lo primero en salir, lo que explica su nombre.
Sol y yo somos físicamente idénticas, tanto que a veces imagino que somos como una misma persona; que puedo ver a través de sus ojos, o ella sentir a través de mi piel; o yo caminar de la misma manera que ella, o sentir mi pelo dando tumbos detrás de mi cabeza, como cuando Sol salta y corre al jugar. Cuando yo era pequeña, Sol y yo jugamos sentadas en el piso de la sala, e incluso nuestra abuela tenía dificultades para darse cuenta quién era quién, lo notaba en la expresión de su cara. Ahora, si Sol se sentara a mi lado, sería claro para cualquiera saber que yo soy yo, una vez que ella se levantara. A veces juego a imitar a mi hermana para hacerle creer a mamá que soy Sol, pero mamá finge no darse cuenta. Creo que solo trata de seguir el juego. A veces quisiera que hubiésemos completado juntas la primaria en la misma escuela, en la misma clase y hacer bromas a la maestra, o intercambiarnos para que la otra tomara el examen en caso de que una no hubiera estudiado. A veces extraño no haber pasado más tiempo con ella, lo cual me pone triste.

Podría decir que mi hermana ha sido una amiga mejor que mi mejor amiga. Desarrollamos el hábito de que la una peine a la otra, algo que aprendimos de mamá cuando éramos pequeñas. Cuando es mi turno de peinar a Sol, ella me cuenta lo que sea que le inquiete, o que le ponga triste, o que le parezca interesante, algo que difícilmente le contaría a su mejor amiga o a mamá, como explicarme las razones por las qué le gusta ese chico o aquel otro. Sé que Sol tampoco le revelaría a nadie mis secretos. Conversar con ella es como pararse frente al espejo y contarme a mí misma todo lo que deseo decir sin sentirme mal por decir lo que quiero. Físicamente tan parecidas, casi exactas, como una copia la una de la otra, y eso nos hace ser muy apegadas. Diría que, si no tuviera a Sol, yo a diario la inventaría. Pero como mencioné antes, la sonrisa de mi hermana es siempre honesta. Eso es algo que nos diferencia. Yo lo admito, porque la conozco como a mí misma.
¡Ah! confieso también que desarrollé un gusto por el color amarillo, al igual que Sol. Mamá hasta me permite, de vez en cuando, usar los zapatos de Sol. Es posible que no sea el color más bonito a la vista, pero a mí me gusta.

A mí a veces me gusta recostar la cabeza de costado en los regazos de mamá para que ella me peine el pelo con los dedos. A pesar de eso, el tiempo que mamá no está en casa debido a su trabajo, es Sol quien me arrulla y me susurra al oído esa frase de ¿Cómo cuál estrella dices que eres? Y luego me dice, Aprende a pescar estrellas… Yo hago lo mismo con Sol cuando juego a peinarla. Ella pone también su cabeza en mis regazos, y yo le susurro al oído lo mismo. Lo hago para motivarla a ser más independiente, como mamá lo hace conmigo, porque estamos creciendo y un día seremos adultas y tocará manejar el estrés de la vida aquí en esta ciudad, donde la gente no para de andar de un lado para otro. Quiero mencionar que nunca hemos vivido cerca del mar o río alguno. Es decir, en realidad no tengo ni idea de cómo sería pescar; sin embargo, recuerdo que un día mamá me llevó a un planetario con la mentira de que me iba a llevar al cine para ver una película sobre estrellas y galaxias. Yo entonces tenía 7 años. Mamá a veces suele recordarme que ese día en el planetario le dije que yo era como el Sol, porque iba a la escuela de día y dormía de noche. Desde entonces aquella idea ha formado parte de mis recuerdos con mi familia.

Pienso que a Sol le gustaría que mamá también la peinara y la arrullara, y que la cargue en brazos como a veces lo hace conmigo. Pero eso no sucede así, ya que yo he requerido más de ese tipo de atención, algo que ha hecho a mamá trabajar duro; ahora soy consciente de eso. Aunque todavía creo que mi hermana tiene razón.
Recuerdo que una vez le conté a mamá que en la escuela nos enseñaron que a la Tierra se le llama madre, y todavía nos carga, le dije, aunque nos hagamos más pesadas como los adultos; por eso quiero que también cargues a Sol; y ella solo sonrió entre dientes.

Cuando era pequeña, la escuela a veces me aburría muchísimo, aunque otros días, si aprendía algo curioso, me gustaba. Para mí ese había sido un buen día. Como dice abuela cada vez que me ve regresar de clases, ¿Qué tal la pesca hoy? Es como dije, frases como esta son una cuestión de familia.

A veces me pregunto por qué mamá me llama “Nana”. En primer lugar, mi hermana no tenía un sobrenombre, lo cual es entendible; pero yo sí. Lo extraño es que “Nana” no suena nada parecido a mi nombre, Mari; es decir, tal vez si me llamara Adriana o Mariana, tendría sentido. Entonces ¿de dónde provenía lo de “Nana”? Durante el sexto grado de la primaria, un día la maestra me entregó un sobre con papeles que debía darle a mamá para que ella los llenara con cierta información. Al día siguiente, antes de que mamá lo llevara de nuevo a la escuela vi el sobre en la mesa de la sala. A mí se me ocurrió abrirlo para leerlo. Entre los datos que el documento tenía había algunas descripciones sobre el estado de salud física y mental de miembros de mi familia escritos con palabras que ni entendí. También había información que decía: Nombre completo del o la estudiante, y vi que estaba escrito el nombre de “Marisol”. Y luego leí, Número de miembros en la familia, y el número que vi era el 3. Pensé que mamá se había equivocado. ¡Pues claro que se había equivocado! Entonces lo corregí por ella. Separé mi nombre del de mi hermana, y además puse 4. Volví a meter los papeles en el sobre, lo cerré, calenté motores en mi silla de ruedas y me fui rumbo al clases.

Recuerdo que una vez en una clase vimos un documental en el que se explicaba el tiempo de vida de una estrella. Se dijo también que las estrellas se clasifican dependiendo de su fase y color. En ese caso el Sol sería en realidad una enana blanca; aunque se le considera “enana amarilla” ya que es como lo vemos a través de la atmósfera de la Tierra.

Es curioso saber que un día el Sol cambiará su color, se encogerá en tamaño y se apagará. Yo no entendía cómo aquello era posible. Pero mamá me lo explicó. Me quedé sumida, pensando. Hasta que escuché la voz de mamá decirme ¿Dime a dónde escapa el Sol cuando se va? Lo único que se me ocurrió decir fue algo tonto, algo que tal vez una niña de 7 años habría respondido mejor. Se oculta bajo el mar, le dije. Y mamá sonrió y me dijo, No pienses que tu respuesta es estúpida o errónea. Quizás son una sola cosa. Como Mari y Sol. Sonrió y me preguntó ¿Y tú? ¿Cómo cuál estrella dices que eres?
                                      
Londres, junio 2016- 2017

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