UN TANQUE LLENO DE RECUERDOS Martín Belzunce
- Papá,
dale, yo se que en algún rincón tenés ese recuerdo. ¿No te acordás cuando nos
llevaste a la cancha por primera vez? - le dijo al hombre que estaba sentado en
su sillón, frente a la tele.
- Yo nunca fui
a la cancha - contestó el hombre sin inmutarse.
- Y si te
digo que le dijiste a mamá que nos íbamos al circo porque ella decía que éramos
muy chicos para ir a la cancha… ¿Tampoco te acordás?
- Nunca me
gustó el fútbol -espetó y por dentro fue como si a Nacho le clavaran un puñal.
Tenía la sensación de estar hablando con otra persona.
- Pará,
dejalo -le dijo Ariel por debajo-. Lo único que falta es que nos diga que es de
Boca.
Nacho le hizo un gesto con la
mirada, como diciéndole que no le meta ideas en la cabeza. Si llegaba a decir
eso sería un signo de lo irremediable que era todo eso que había empezado hace
un par de años. Toda su ilusión de compartir un último recuerdo con su viejo se
vendría abajo. Nacho le hizo una seña a su hermano indicándole la puerta. Los
dos hermanos salieron de la habitación y se dirigieron a la cocina.
Nacho agarró la pava, prendió una
hornalla y puso a calentar agua para el mate. En la casa de sus viejos, donde
había vivido toda su vida hasta que se mudó a capital, no había pava eléctrica.
Cada vez que los visitaba, disfrutaba tomar los mates así, directo de la pava,
de la misma manera que lo habían hecho sus padres toda la vida.
- Nacho, no
se porque seguís insistiendo con eso, ¿Por qué no buscás por otro lado? - dijo
Ariel pensando en todos los Domingo que su hermano se había sentado con su
padre a contarle alguna anécdota futbolera sin éxito alguno.
- Yo se que
por ahí le puedo entrar, por lo menos lo intento -contestó, y en su cara se
notó la bronca que le daba la indiferencia de su hermano-. Vos sabés que con el
fútbol siempre hay lindos recuerdos entre un padre y sus hijos -concluyó Nacho
con un leve suspiro.
Comenzó a recordar esos lindos
momentos que había compartido con el viejo y que, uno a uno, domingo a domingo,
había relatado ante la mirada inmutable de su padre. El Dr. González les había
descrito las 7 etapas por las que pasaría, yendo de ocasionales olvidos,
pasando por etapas de confusión general y finalmente demencia. La enfermedad no
cedía en su avance y dada la condición general de su padre, Nacho sabía que la
probabilidad de disfrutar una charla o un recuerdo con él, tal vez por última
vez, era muy improbable. Pero la falta de apoyo de su hermano le ponía los
pelos de punta.
- Bueno,
hacé como quieras. Yo te digo para que no te desilusiones. Después de todo papá
es como yo, se nos fue yendo el fanatismo. Que se le va a hacer, si lo pensás
racionalmente el fútbol es una boludez -sentenció Ariel.
Nacho se moría de rabia al
escucharlo con tanta tranquilidad y aplomo. Pero esa bronca, en realidad, la
tenía consigo mismo. Él había sido el que se había perdido ese último momento
de lucidez de su viejo, en uno de esos asados de domingo. Toda la familia
estuvo ahí menos él, que se había levantado con mucha resaca y había decidido
ir para el mate y las facturas de la tarde. Cuando llegó a la casa de sus
padres, su madre y su hermano lo esperaban con unos ojos llenos de excitación,
algo raro para esos almuerzos de domingo que se habían ido poniendo cada vez
más tristes. "Tú papá estuvo lúcido y hablamos como 10 minutos lo más
bien", le dijo su madre y luego agregó "hasta preguntó si vos no
estabas porque habías ido a la cancha". En su momento fue una gran alegría
saber que su padre seguía teniendo momentos de lucidez, pero nunca se habría
imaginado que esa sería la última vez que pasaría. Desde entonces, ese domingo
se transformó en una mochila que se hacía cada vez más pesada.
- Ya empezás
con eso! No te hagas el superado, querés. O no te acordás cuando papá te cagó a
pedo porque lo único que tenías anotado en el cuaderno era un montón de
"River 3 - Boca 0", o River campeón, en vez del dictado de la maestra
- dijo Nacho, tratando de olvidarse por un rato de esa culpa que llevaba encima
y retomando el hilo de la conversación.
- Bueno,
pero era un nene, todavía tenía ese fanatismo irracional- Se defendió Ariel con
un gesto de superado.
Mientras Nacho ponía yerba en el
mate, inclinándolo para que se hiciera el pocito que haría que durase más, por
la ventana se veía como empezaba a bajar el sol y el cielo se iba enrojeciendo.
El cielo intacto contrastaba con la imperfección de los techos del barrio, era
una vista caótica donde convivían techos prolijos de teja, pisos a medio
construir, ladrillos sin revoque, chapas y los infaltables tanques de agua de
cada casa.
- Todos
sabemos que racionalmente muchas cosas no tienen sentido. Pero acaso no es más
lindo pensar que "de River se
nace" y "se lleva adentro", como si hubiera un ADN que determina
de qué club somos hinchas -dijo, mientras Ariel lo miraba como diciendo
"otra vez con eso"-. A mi me gusta creerme eso, aunque sepamos que
por ahí si el tío insistía terminábamos de Boca.
Nacho cebó el primer mate para
ver si el agua estaba lista.
- Que querés
que te diga, debe ser que me volví demasiado racional -contestó Ariel,
exagerando su indiferencia.
Ariel era consciente de cuánto le
dolía a Nacho ese Domingo de resaca en el que no apareció para el almuerzo. Si
hubieran sabido que no volvería a repetirse tal vez no le hubieran contado
tantos detalles. Al principio lo apoyó con el intento de buscar un último
momento con el viejo pero la realidad se había impuesto y no había mucho por
hacer. Lo mejor era bajar las expectativas de su hermano.
- No te
hagas el superado, si yo te tuve que parar antes de que te hagas ese tatuaje
-insistió Nacho.
- ¡Menos
mal! No se que pensaría de ese tatuaje hoy en día, si finalmente me lo hubiera
hecho -dijo Ariel mientras se miraba el hombro donde hoy estaría ese tatuaje,
pensando que tal vez no le quedaría tan mal.
Nacho le pasó un mate a su
hermano y miró, casi como hipnotizado, el cielo rosáceo que anunciaba el fin de
la tarde. Observó todos esos techos por enésima vez y valoró la posibilidad de
tener esa vista desde la cocina. Y pensar que toda su adolescencia se había
quejado de que la casa estuviera sobre el taller del viejo... Recorrió todos
los techos del barrio con su mirada. El barrio había cambiado mucho, seguro que
lo que se veía desde esa ventana también lo había hecho, pero había ciertos
detalles que estaban ahí desde que él tenía memoria. Lentamente una sonrisa se
fue dibujando en su cara y comenzó a reír solo.
- ¿Qué pasa?
¿De que te reís, boludo? -lo interrumpió Ariel.
- Es que me
acabo de acordar de una que no podés negar que fue tremenda -le contestó Nacho.
- A ver…-
quedo expectante Ariel mientras tomaba el mate que le había pasado su hermano.
- La del
tanque de agua boludo. ¿No te acordás?
- ¿Qué
tanque?
- El del
vecino!
- Uhhh
cierto, como no me voy a acordar! Si le habíamos ganado a Boca en la bombonera
con esos golazos del Burrito!- dijo casi gritando y por primera vez en el día
mostraba un poco de pasión.
- Sí,
partidazo. Te acordás la cara del viejo cuando apareció con el tarrito de
pintura roja diciendo ….
- Hoy vamos
a festejar de una forma especial -lo interrumpió Ariel, anticipándose a lo que
iba a decir Nacho.
- ¡Eso
mismo! Creo que se le ocurrió eso para joder a Rolo, el vecino que vivía al
lado ¿No? -trató de recordar Nacho.
- Puede ser,
eso ya no me acuerdo. Pero eran otras épocas, hoy llegás a hacer eso y te cagan
a cascotazos...
Por un momento, los dos quedaron
en silencio y con sus miradas perdidas. Era como si estuvieran en el mismo
sueño, reviviendo el instante en el que pintaban con pulso firme una diagonal
roja en el tanque de agua, transformando la vista de los techos de su infancia.
El resultado fue ese tanque del millonario que asomó tanto tiempo sobre los
techos del barrio, con la banda irradiando fuego, imponente, más lleno de
ingenio y fanatismo que de agua.
- ¡Qué lindo
había quedado el tanque de agua con la banda roja a la vista de todos! Lo mejor
fue cuando terminamos de pintarlo y empezamos a cantar "¡Vamos vamos vamos
River Plate!"- dijo Nacho, cantando y haciendo unos saltitos.
Ariel primero dudó, pero después
se sumó al canto de su hermano. Le pasó el brazo por el hombro y empezaron a
saltar juntos. El "vamos vamos vamo River Plate" resonaba en toda la
casa.
Nacho paró con los saltos
bruscamente. "¿Escuchaste eso?" le preguntó a su hermano, haciéndole
una seña para que haga silencio.
El ruido de una madera que crujía
se volvió a oír. Sin duda venía de la habitación del viejo. Los dos hermanos se
acercaron preocupados a la puerta de la habitación para ver qué había pasado,
temían que su padre se hubiera caído. Pero, para su sorpresa, lo encontraron
parado mirando por la ventana.
- Miren
gurises, ahí está el tanque -les dijo con una sonrisa-. Si hasta se puede ver
la banda.
La cara de Nacho se transformó,
era una mezcla de confusión, alegría y emoción. El viejo no les decía gurises
desde hacía años. El tanque no podía estar ahí, estaba seguro que los vecinos
lo habían cambiado, pero lo único que quería Nacho era disfrutar ese momento.
Se asomó a la ventana y, señalando un tanque de agua común y corriente, le dijo
"¡Tenés razón, viejo!" y lo abrazó. Unas lágrimas comenzaron a brotar
de los ojos de Nacho y, con su mirada nublada, los restos de esa diagonal
roja empezaron a crecer hasta ser tan reales como el cielo rojizo de esa tarde
de verano. El tanque estaba ahí, como podía ser que no se hubiera dado cuenta
antes. Su padre sacó la vista del tanque y miró a Nacho a los ojos con una
sonrisa, eran esos ojos y esa sonrisa que tanto extrañaba y que solo aparecían
cuando volvía a ser él.
- ¡Qué
caliente que quedó el Rolo! - dijo el viejo y, por última vez, el Alzheimer se
tomó un descanso.
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