MERECUMBÉ Patricia Cardona
Esos
hombres sobrados de pases, como aquel del recuerdo de mi adolescencia que parecía ser un
dueño-de-tu-vida. Esa raza indómita de
hombres Marlboro en amaneceres nublados
con vacas bramando y enormes praderas que
adivinamos verdes. Hombres que sabían que lo eran porque así los vistieron
desde niños, esos que van aprendiendo con los años y a golpes, esos que la
televisión nos mostraba como ejemplo, y los
que todas las chicas queríamos conocer.
Éramos una
mayoría buscando identidad, libertad.
Tiempos adolescentes de fiesta en las
tardes con refresco y jugos incluidos. Tardes llenas de música, perfumes, empanadas bailables y
cintas de colores con vestidos coquetos pero no demasiado.
En
aquellas tardes de empanada bailable nosotras, las chicas, nos sentábamos a un
lado del salón agrupadas para disimular la timidez y el miedo. Todas parecíamos
una, no tanto por la cara de inseguridad como por la ropa que vestíamos, los
mismos modelos del vestido de moda, las mismas cintas en la cabeza, los zapatos
iguales pero en colores diferentes; perdiéndonos en la masa del
nerviosismo. Agarradas de la mano,
siendo conscientes del sudor de la otra y del nuestro. Expectantes por ser elegidas como compañera de baile. De ellos, los chicos, que al otro lado de la sala se mostraban
mirando, revisando, pensando si ellas
les verían como ganadores, como ellos
querían mostrarse. Nosotras, en cambio, solo queríamos que ese chico que
está mirando para nuestro lado me elija
a mí, que me pida bailar con él, solo quiero que me saque a bailar.
El
chico revisa, analiza las posibilidades, va y viene con la mirada
escudriñadora. En esos gloriosos días de ignorancia e inocencia total no se me
hubiera ocurrido pensar que tal vez ellos tenían tanto miedo como nosotras.
Al
final, gano la absurda competencia, soy la elegida, ahí viene él, con sus risas de propaganda CLOSE-UP. Sus venias de esclavo indio en guantes
blancos, trabajando para ingleses
usurpadores. Camina bamboleándose y me mira detenidamente vendiendo su nada
modesta persona. Finalmente, vendiéndose. Como
diciendo: te regalo la oportunidad de lucirte a mi lado, nena.
Para
bien o para mal, este momento ha llegado, no sé si buscado, elegido o
simplemente sin pensarlo, pero llegó. Y ahí estoy yo, en el medio de un salón
inmenso, con mis esperanzas puestas es este vendedor de sueños. Yo con la ilusión,
primero de llevarle el paso, que es como hacerle caso. Queriendo encontrar la
diferencia, descubrir algo interesante o al menos intentarlo. Sintiéndome ínfima, ridícula y peor que eso: sintiéndome en el lugar equivocado.
Él
bailando a ritmo de merengue o cumbia, lo que sea, es un excelente bailarín, un
mar de sonrisas lleno de vueltas a derecha e izquierda con movimientos exactos
de director de orquesta, muy diestro en
todas estas lides. Mientras bailamos,
insiste en encontrar la talla de
mi brassier revisando en
el lugar equivocado. Está atrás,
busca atrás, quería aclararle: es atrás, no por donde vas,
hubiera querido decirle, pero las palabras nunca salen de mi boca. El ritmo de la música parece
ensordecerlo, atontarlo. Sigue buscando, ya no le importa el tamaño de mi
busto, parece que lo encontró, no revisa más mi pecho o mi espalda.
Ahora está contando, creo, mis 32 dientes: escudriña afanosamente mi
boca con su lengua mientras el merecumbé suena.
No pierde el ritmo del baile y de
su boca en la mía suavemente. Le
noto angustia y afán, la canción está por terminar, casi no puedo seguirle el paso, me siento
volando muy insegura. Insisto en bailar y comprender qué pasa. Hacer las dos cosas es
como hacer malabarismo, no encuentro la
relación entre este baile y los alcances o mejor los abusos de mi
compañero. Mis sensaciones son de sube y baja, como en las balanzas que me
fascinan en el parque: “me gusta, me asusta, me bajo” Pero yo de aquí aún
no sé cómo bajarme, cómo salirme.
Finalmente
la música para, se detiene. El
chico también frena, vuelve a hacer la
venia vendedora. Yo agradecida esta vez regreso a mi silla, sintiéndome entre
feliz, despistada y humillada. No sé qué pasó.
Pero
sí sé que la próxima vez, si hay una próxima vez,
preguntaré por anticipado si ese MERECUMBÉ es un baile o un examen de anatomía.
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