LACTANCIA Diana Huarte

Comencé a besarla y la desnudé despacio. Le había comprado un corpiño con dos agujeros que dejaban las tetas al descubierto, nunca lo había usado, pero esta vez lo sacó del cajón donde guardaba la ropa interior y se lo colocó lentamente mirándose en el espejo de la habitación.Se puso en cuatro patas, sus tetas colgaban como las de una vaca y comenzó a arrastrar los pezones por el piso de un lado a otro, sabía que esto me volvía loco y lo estaba haciendo para mí. Me acosté debajo de ella, la espalda en el piso, sus tetas de vaca en mi boca.
Comencé a chupar la poca leche que todavía quedaba, pero al levantarla del piso y penetrarla sentí que sus movimientos pélvicos no eran los mismos de siempre. Eran más mecánicos y regulares. Pensé que se debía a que hacía muchos meses no teníamos relaciones, pero al mirarla, comprendí que ella no estaba allí conmigo, que nunca sería capaz de perdonarme el dolor del que había decidido hacerme culpable, que ese dolor había ganado la batalla sobre su amor por mí y que jamás volvería a poseerla.

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