LA BÚSQUEDA Jael de la Luz


-He venido a perdonarte.
El silencio se hizo presente cuando Nadia dijo eso a su hermano. Sentados en una mesa de madera descarapelada por el uso y el paso de los años, después de diez años hermana y hermano se encontraban. Ambos tenían los ojos fijos en cada grieta de la mesa, preguntándose cuántos años tendría ese mueble. El calor inmenso de Ciudad Juárez creaba una atmósfera de bochorno, como si ese fuera el pretexto para terminar lo antes posible el encuentro. Nadia no soportaba el silencio; no soportaba que su hermano no levantara la vista de la mesa, como si de esa inmovilidad su vida dependiera.
-¿Qué piensas de todo lo que te he dicho? - dijo Nadia en tono suave.
-No recuerdo nada - contestó Miguel.
-¿Cómo que no recuerdas nada? – Nadia sintió una indignación tremenda – ¡Si yo lo siento y recuerdo como si hubiera sido ayer! Es como si al tocarme la cara o el cuerpo mis dedos reaccionaran, y me duele como si tuviera una herida sangrando; como una sensación de ardor y dolor. Es como si la herida, al mínimo toque o roce, volviera a abrirse; es como si agua caliente me cayera. ¡No sé cómo ahora mismo puedo decírtelo!
Nadia volvió a tocar la cerveza para llevársela a la boca, dio un trago amargo y lo pasó rápidamente por la garganta sin sentir el sabor. Inmediatamente apretó los labios.
-En verdad que no recuerdo nada Nadia, ¡por Dios que no! ¿Estás segura que fui yo? – exclamó Miguel llevándose ambas manos a la camiseta a la altura del pecho, sacudiendo la tela de algodón como para refrescarse internamente.– Lo único que recuerdo es que a veces te pegaba pero no como dices. Yo te pegaba normal. Pero algo más allá de pegarte, no.
Miguel bajó las manos nuevamente para ponerlas juntas en medio de sus piernas; las entrelazaba fuerte como sí en ese gesto estuviera conteniendo la vida. Mientras luchaba por no abrirlas, alzó la mirada en la nada y dijo:
-¿Ves ese campo de allá?
-Si - contesto Nadia.
-Cuando comenzaron las muertes de las mujeres que trabajaban en las maquilas, ahí las encontrábamos. Yo llegué a ver varios cuerpos porque era de los últimos en terminar el turno de la madrugada –. Miguel seguía con la mirada abajo, ahora mirando sus tenis Panam que calzaba desde dos meses atrás.
Ya ves que muchos migrantes de todo México venimos a ganarnos la papa para vivir día a día. Ya ves, yo quería pasar al otro lado, pero tenía miedo que la migra me atrapara y me dejara botado quien sabe dónde. En este desierto te acostumbras a todo, incluso a trabajar de madrugada. Para cruzar el puente yo tenía que caminar hasta el Walmart y ahí agarrar el camión para la casa. Pero me daba miedo ir solito por ahí. Así que me esperaba como una hora en el comedor de la maquila para cotorrear con las cocineras; así me entretenía y al salir ya me iba con la mente ocupada o en bola con otros trabajadores. A los hombres también nos da miedo que nos maten, pero luego pensaba que a nosotros no nos iban a matar porque somos hombres Esta última frase, Miguel la dijo sin pensar, como si fuera normal que los hombres en la frontera corrieran menos peligros que las mujeres.
–A lo mejor sí nos iban a robar o los narcos nos iban a asustar con un cuerno de chivo cuando se ponen locos y quieren presumir que ellos son los señores de Ciudad Juárez, pero no matar. Pero luego me empecé a preocupar porque a diario encontraba o sabía de cuerpos de mujeres muertas. Ya era común ver a la policía poner esa cinta amarilla para pasar lo más lejos del lugar donde ya estaba la muerta. Miguel levantó la mano izquierda para sobarse el ojo derecho que comenzaba a ponérsele rojo, mientras escondía un bostezo al seguir contando.
–A veces yo pasaba sin ver porque no quería saber si a lo mejor a una de mis compañeras de trabajo la habían matado. Se ha de sentir horrible que comiences a conocer a alguien y a los días te enteras que la mataron. Sobre todo porque la mayoría de las mujeres que trabajan en las maquilas son madres solteras y tienen que dejar a sus chiquitos a la de Dios, ahí que se cuiden solitos… ¡imagínate que le maten a su mamá!… no hay derecho.
Hizo un breve silencio y continuó su relato:
– Para no tener miedo, el supervisor nos ajustó los horarios para entrar y salir en bola. Para las mujeres fue más difícil, porque como la mayoría tenía hijos, ellas tenían horarios irregulares. Este lugar no es bueno para ser mujer, sobre todo si eres de Veracruz, Oaxaca o Puebla. Eran a las que mataban más. Atrás de Walmart hay una maquila de ensamble de celulares; hay mucho trabajo para mujeres. Conozco a varias que trabajan allá; dicen que está buena la comida, que les pagan horas extra y en navidad les dan a escoger entre pavo ahumado o normal…
Nadia interrumpió el relato.
- ¿Por qué me estás diciendo todo esto? ¿Qué me quieres decir? - preguntó con un poco de impaciencia.
- Pensé que por estudiar a las mujeres, te gustaría saberlo - replicó Miguel.
- Eso ya lo sé. Toda mujer en México sabe que Ciudad Juárez es como una herida abierta que nos hace recordar que en este país nuestra vida no vale nada…
– ¡Pero no te enojes! - le respondió él – Yo sólo quiero decirte un poco de lo que pasa aquí - dijo en tono sarcástico, aún sin mirar a su hermana a la cara.
Nadia comenzó a pensar que quizá Miguel sí estaba interesado en conocer más sobre las muertas de Juárez. Por un momento quiso contarle a su hermano sobre los resultados de la investigación que estaba haciendo como antropóloga forense en identificar cuerpos de mujeres asesinadas allá por el Cerro de la Bola, donde se ve la leyenda: “Ciudad Juárez, la Biblia es la Verdad. Léela”. Pues sabía que recientemente Miguel y su esposa se habían convertido en cristianos evangélicos y no dejaban de ir domingo tras domingo a la iglesia, haciendo muchos ayunos y oraciones, pensando que con eso la ola de feminicidios iba a cesar.
Nadia y Miguel habían crecido como católicos en la Ciudad de México, pero no eran practicantes, sólo iban a misa cuando había fiestas patronales o en bodas, primeras comuniones, bautizos y eventos sociales a los que les invitaban para después irse a la fiesta y la parranda. En realidad nunca estuvieron interesados en la religión. Nadia se hizo atea cuando entro a la ENAH a estudiar antropología y tuvo que estudiar los muchos cultos y creencias de los pueblos indígenas de todo México. Miguel nunca expresó sentir apego a algo espiritual, pero cada 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, se daba unas borracheras con los vecinos de su calle cantando “La Guadalupana.”
Sin embargo cuando Nadia miró a su hermano éste le pareció como ausente, como inmerso en sus pensamientos, excusándose del silencio para hacer más difícil la conversación… Nadia se sobó las manos llenas de sudor en sus jeans… Agarró la botella de cerveza medio vacía y la movió entre sus dos manos; viendo que nada burbujeaba, la cerveza ya no estaba fría, y ahora no le apetecía seguir tomando. Por un momento pensó darle un trago a la botella para acabar todo, pero se arrepintió.
- Si, entiendo. Ha de ser difícil ser mujer - Miguel finalmente abrió sus manos como un cuenco que va a recibir agua del cielo, y las acercó a la botella de su cerveza. Se la llevó a la boca y no alzó la vista.
– No entiendo cómo puedes hablar de lo que otras mujeres viven en este lugar, y eres indiferente a mi dolor Miguel. ¿Cómo puedes vivir así, sabiendo lo que hiciste y no queriendo aceptar lo que fue? Yo no te voy a llevar a la policía, sólo quiero que esto se aclare entre los dos -  explicó ella.
Esas últimas palabras calaron en Miguel, quien limpiándose la boca con una mano miró desafiante a su hermana por encima de la gorra que llevaba puesta, sin moverse de la silla.
- Nadia, desde que conocí a Cristo y lo acepté en mi corazón, le he dejado todas mis cargas – dijo con afirmación, y como si estuviera evangelizando a su hermana, reiteró:
– Dice la Biblia: “ahora soy una nueva criatura; las cosas viejas pasaron y todas las cosas ya son hechas nuevas.” Sabes que Cristo llevó mis pecados en la cruz y yo creo en su perdón. Si algo pasó y no lo recuerdo es porque es la voluntad de Dios que deje atrás todo lo que en mi vida no me hace bien. Así que deberías hacer lo mismo – Miguel hizo un ademán con la mano derecha, como si fuera a cerrar el puño –. Entrega a Dios tu corazón, arrepiéntete de tus pecados y deja de guardar odio, dolor y resentimiento. Mira, yo quería ser abogado, pero ya ves, la voluntad de Dios fue que migrara aquí a la frontera, y gracias a Dios, no seré rico, pero tengo lo necesario para vivir y con eso soy feliz - en sus palabras había un aire de victoria, de superioridad moral. – Tú has querido hacer muchas cosas, Nadia, y eso está bien, pero si no tienes paz ni tranquilidad, de qué sirve todo lo que haces para ayudar a otras mujeres si tú necesitas ser ayudada por Dios. Ese es mi consejo…
Rápidamente, se quitó la gorra para limpiarse con la mano el sudor que aguardaba en su cabeza. Se acomodó la gorra mientras volvía a bajar la mirada.
Nadia se tragó su coraje y a la vez sintió tristeza de ver que su hermano, diez años menor que ella, había envejecido desde que salió de la casa de su madre para ir en busca del sueño americano. Cuando Miguel se quitó la gorra, Nadia pudo ver el cabello encanecido y las ojeras debajo de los ojos que gritaban por un buen descanso. Pudo notar una mirada triste y contenida. Nadia ya no reconoció al hermano que diez años atrás había visto por última vez con una sonrisa fresca y un rostro ambicioso por vivir.
Se levantó de la mesa y se sacudió la playera ajustándola al pantalón de mezclilla.
- Miguel, me tengo que ir -dijo-, el avión sale en dos horas. ¿Pero sabes qué? Creo que mi búsqueda ya terminó. No volveré a buscarte ni pedirte que hablemos de nuestra niñez. Yo te perdono, aunque no quieras decirme lo que ambos sabemos. Nadia dio un fuerte suspiro, se dio la media vuelta y se fue sin dar un abrazo, sin decir hasta luego o adiós.
Al tiempo que ella caminaba sin mirar atrás, Miguel pidió la cuenta de las dos cervezas y mientras esperaba el cambio de un billete de $100.00, alzó la mirada y como sin querer mirar, se levantó y de puntillas miró a lo lejos las cruces rosas del campo que cada día tenía que atravesar para llegar a la maquila.

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