TE PARA DOS Claudia Lozano


Matthew Brown se sentó en el sillón grande junto a su esposa Martha, quien había empezado a quedarse dormida, tomó su taza y bebió de golpe todo el té que aún le quedaba. Puso la taza sobre la mesita de centro junto a un sobre que decía “David”, el nombre de su único hijo, después acarició la cara de ella con gran ternura y le dijo

-Gracias querida Martha, por tantos años de felicidad a tu lado.- Le dio un beso breve en los labios y se abrazó a su cuerpo sintiendo una gran serenidad. En la cocina el carbón del brasero nuevo,  que el señor Brown había colocado sobre el piso de mármol media hora antes, estaba ya al rojo vivo.

Esa mañana él había amanecido más cansado que nunca, no había podido dormir bien  después de que su sueño hubiese  sido  interrumpido por los gritos de terror que Martha había empezado a dar de repente durante la noche.

-¿Quién es usted?, - ¿Qué, qué hace en mi cama?- le gritaba desesperada al tiempo que  le soltaba una tanda de golpes en  el cuerpo y la cara. El señor Brown despertó de golpe, torpemente se levantó y se encaminó lo más rápido que pudo hacia la puerta de la habitación, encendió la luz y vio como ella, con los ojos cerrados seguía tirando golpes al aire y llamaba desesperada a David, su hijo.

Él  salió de la habitación, se quedó parado en el corredor con el corazón latiéndole apresuradamente y empezó llorar en silencio.

La tranquilidad volvió a su habitación unos minutos después. Cuando se asomó vio que Martha dormía plácidamente.  Entró a su habitación procurando no hacer ruido y se metió en la cama sintiendo una gran tristeza y pasó la noche dormitando hasta que  escuchó  la voz de Martha en la mañana.

-Matthew son las nueve, ¿quieres que te prepare el desayuno?- le preguntó.

-No gracias, ahora me levanto y lo prepararé yo.

Ella  sonrió dulcemente y salió de la habitación, fue a la sala, se sentó en el sillón grande y empezó a ojear uno de los tres albums de fotografías que estaban en la mesa de centro. 

El se levantó de inmediato, se vistió  y salió apresurado tras de ella con el fin de preparar el desayuno, encendió la televisión y le dijo

 -Si deseas puedes ver las noticias.-  

Él  preparó dos tazas de té, abrió con una de sus llaves   el cajón de la alacena donde guardaba los cuchillos, cortó unas rebanadas de pan, las puso en el tostador, y volvió a poner el cuchillo bajo llave. Salió de la cocina con todo preparado, té, pan tostado y mantequilla para los dos. Se sentó junto a Martha quien sonreía.

-Hoy tomaremos el té de la tarde, le dijo él mientras desayunaban y continuó - pedí un servicio a domicilio para las cinco así que te ayudaré a ponerte bonita-

Una hora después sonó el timbre, el señor Brown  se incorporó, fue hasta el interfón y apretó el botón para abrir la puerta del edificio. 


-Es María, hoy viene a limpiar la casa, espero haya traído lo que le encargué- dijo al tiempo que entreabría la puerta de su apartamento.

Minutos después, una mujer joven, delgada y de piel morena tocó a la puerta al tiempo que la abría lentamente, se asomó y preguntó

 -¿Se puede? -

-Pasa, que te estamos esperando- le dijo él desde la puerta de la cocina con una sonrisa.

-Aquí tiene las bolsas de carbón para su carne asada del domingo entrante, son cuatro y estaban rebajadas. Espero que sean del tamaño correcto, son un poco grandes pero  eran las únicas que quedaban- dijo María dirigiéndose a la cocina, mientras él  echaba llave a la puerta de entrada.

-Son de muy buen tamaño, muchas gracias, y que bueno qué las trajiste en tu carrito del mandado porque se ven un poco pesadas.  Te las pago cuando termines de limpiar-le contestó él  y agregó,

-He tratado de mantener la casa  lo más limpia posible-

-Está bien, no se preocupe- le respondió María con una sonrisa amable.

-Buenos días, , - dijo Martha aproximándose a ellos  y dirigiéndose a María -¿la conozco?, No recuerdo su cara.-  

- Mi nombre es María, y vengo a limpiar su apartamento que es tan grande y bonito.-

-María, ¿quiere usted una tacita de té antes de empezar?-

-Muchas gracias, tengo otra casa que limpiar a la una, pero se lo agradezco mucho,- le contestó mientras sacaba de un pequeño armario los productos de limpieza, el trapeador y la aspiradora.  Siempre le impresionaba ver la gran cantidad de botellas nuevas de jabón  para lavar los trastes que había en  ese armario.

-Ese fue uno de los primeros síntomas de la enfermedad de Martha- le había  dicho el señor Brown  cuando ella se atrevió a preguntarle.

María pasó la mañana limpiando aquel apartamento de cuatro recámaras y dos baños, que tenía enormes superficies y piso de mármol en la cocina. Mientras, ellos se quedaron sentados en la sala viendo las fotografías de los tres álbumes que él había puesto en la mesa de centro.

-¿Quiénes son estos? ¿Y qué están haciendo?- le había preguntado Martha cuando vio una foto A4 de una mujer joven y muy bonita junto a un hombre sonriente y atractivo.

-Somos tú y yo, hace cincuenta y un años. Siempre has sido muy hermosa Martha, y yo, no estaba tan mal- le contestó él  besándole la mejilla. Estuvieron así hasta que María les interrumpió, cuando había terminado de limpiar la cocina.

-Por favor- les dijo -¿pueden ir a alguna de las recámaras mientras limpio la sala?-
 
-Enseguida- contestó el señor Brown levantándose despacio. Tomó la mano de su esposa y empezaron a caminar hacia su habitación.

-Primero quiero ir al baño- dijo Martha.

-No te preocupes-  le  respondió el, -tenemos baño en nuestra habitación-

- Ah bueno-, dijo ella y se dejó guiar tranquilamente.

Veinte minutos después, mientras María empezaba a guardar los implementos de limpieza, vio a Martha tropezando y cayendo al suelo en el corredor. Gritaba despavorida.

-¡Por favor, ayúdeme! ¡Hay un hombre ahí dentro que quiere matarme!. ¡Está enojado y me gritaba!,  ¡Llame a la policía por favor, o nos matará a las dos!-

Sin entender que pasaba, María corrió a levantarla, la llevó hasta la mesa del comedor, Martha temblaba como un pájaro asustado.

-No se preocupe, llamaré a la policía- le dijo abrazándola y esperando ver al señor Brown para que le explicará lo que estaba pasando.  Y continuó,

 -¿quiere una taza de té? Tranquilícese, todo está bien, yo voy a cuidarla.-

Desde donde se encontraban lo vieron salir de su habitación y dirigirse con paso lerdo hacia la sala. Cuando estuvo parado en la puerta, Martha gritó desesperada

 -¡Ese es el hombre que quizo matarme!, ¡Me puso las manos así!,- dijo poniéndose las manos alrededor de su cuello.- ¡Y me apretaba fuerte!, ¡Llame a la policía por favor!-

El señor Brown era la imagen viva de la derrota. Tenía  los hombros caídos, la cara desencajada, la mirada perdida , lágrimas en los ojos y la boca entreabierta. En la sala había un silencio sepulcral.

Él  se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, se sentó en el sillón y empezó a sollozar quedito. María se llevó a Martha a la cocina.

-Venga por favor, aquí le prepararé un té para se calme un poco.-le  dijo

Por unos minutos, Martha se quedó viendo fijamente  los árboles  a través de la ventana. Su gesto se fue suavizando poco a poco, volteó, vio a María y con una sonrisa dulce le dijo,

-Buenos días, - y  preguntó -¿La conozco?-

-Soy María,  vengo a limpiar su casa todos los sábados- le contestó con tristeza.

-¿Quiere una taza de té?- Le preguntó Martha.

-Precisamente estoy preparándole una taza de té para usted-  le contestó María entregándole la taza.

-Muchas gracias- dijo Martha  y tomó su té mientras las dos comentaban lo bien que estaba el clima ese día. Cuando Martha terminó puso su taza en el fregadero   
y le dijo a María

–Permítame, voy a ver que esta haciendo Matthew - y salió de la cocina.

El señor Brown seguía sentado en la sala. Había parado de llorar y se veía tranquilo.

-¿Qué haces?- le preguntó ella.

-Estoy viendo nuestras  fotografías-  le contestó el tomándola de la mano. Con suavidad la hizo sentarse junto a él  y abrió uno de los albumes.

-¿Quién es es él?- preguntó ella.

-Nuestro hijo David. Tiene tus ojos Martha,  Es un hijo y un hombre extraordinario, aunque vive fuera de la ciudad siempre nos llama y viene a vernos cada domingo-.

-Ah!- Respondió ella con una sonrisa dulce.

María los observaba desde la puerta de la cocina, sin saber que hacer para ayudar a aquella pareja de ancianos que por momentos parecía haber perdido el rumbo de la vida.

-¿Es necesario volver a limpiar el baño? – le preguntó al señor Brown.

-Si le es posible por favor. Hice  tanto como pude pero no creo que haya sido suficiente- le respondió con una sonrisa llena de resignación.

-Esta bien, no se preocupe, solo me tomará unos minutos- respondió Maria, y con los implementos de limpieza en las manos se dirigió nuevamente hacia la habitación de ellos. Minutos después se despidió. 

 Horas  después Martha se encontraba entretenida frente al televisor. El señor Brown entró a la cocina, sacó un buen número de las pastillas de dormir de Martha que traía en una pequeña bolsa de plástico que llevaba en las manos, las puso en papel de hornear y les pasó el rodillo cuantas veces pudo hasta hacerlas completamente polvo el cual  dividió en dos tazas, le agregó dos cucharadas de miel a cada una y las puso a un lado. Con dificultad saco un brasero del armario donde estaban los productos de limpieza. Lo puso sobre la superficie de mármol  junto a la estufa y lo llenó lo mejor que pudo con el carbón que María le había llevado esa mañana. Salió de la cocina para ver lo que Martha estaba haciendo. Ella dormitaba en el sillón, tranquila.

El  regresó a la cocina,  sacó una caja de cerillos del cajón donde guardaba los cuchillos.  En eso sonó el timbre.

-Té para dos-, pensó y sintió un poco de pena porque ninguno de los dos estaba vestido para la ocasión.

Minutos después de haber recibido las cajas con todo lo necesario para el té de la tarde, puso en la mesa los pequeños sándwiches y pastelillos y preparó un servicio para dos  lo mejor que pudo. Regresó a la cocina, encendió unas varitas de madera que acomodó entre los pedazos de carbón y esperó soplando suavemente hacia el brasero para avivar la combustión del carbón. Puso el agua a calentar, preparó el té y puso las dos tazas en la mesa. Fue hacia el sillón y con delicadeza despertó a Martha quien se dejó llevar hasta la mesa.

-¿Qué vamos a hacer? Preguntó ella una vez sentada.

-Vamos a tomar el té de la tarde, es algo muy especial para   quienes nacimos en este país, principalmente para los viejos como tú y yo.  Es algo que tú siempre has adorado y …bueno, antes lo disfrutabas  cada vez que había la oportunidad de hacerlo- le dijo mientras servía el té en las tazas que había preparado con anterioridad en la cocina.    

 Martha sonreía mientras sostenía en sus manos un sándwich pequeño sin atinar qué hacer con él.
-Se come así- señaló Matthew mostrándole como hacerlo. Y continuó

-El té es un poco amargo pero es un té especial. Bebe querida, bebamos por el futuro que nos espera, donde volveremos a ser felices.- le dijo.

Cuando ella hubo comido algunos sándwiches y pastelitos y terminado su té, el señor Brown la tomó de la mano y la sentó en el sillón. Se aseguró de que todas las ventanas y las puertas del apartamento estuvieran bien cerradas excepto la que comunicaba la sala comedor con la cocina. Puso una jerga bajo la puerta de la entrada. Fue a la cocina a checar el brasero, que ardía casi uniforme, puso sobre las brasas más carbón y lo colocó lenta y cuidadosamente en medio del piso de mármol.
  
Se dirigió hacia la sala, tomo su taza en la que aún quedaba la mitad de su té y se sentó junto a Martha quien estaba quedándose dormida con una sonrisa dulce y serena. Él terminó de tomarse su té, le acarició con ternura el rostro, le dio un beso breve en los labios, y le dijo

 -Gracias querida Martha, gracias por tantos años de felicidad a tu lado-  y se quedó quieto,  abrazándola y sintiéndose lleno de serenidad. Repasó en su memoria las fotos del álbum del día de su boda que había estado viendo con Martha esa mañana, y se dispuso a esperar el momento en que emprenderían juntos el viaje,  hacia  un destino desconocido.

Comentarios

Entradas populares de este blog

CHIRU CHIRU Denisse Vargas

EL CAMISÓN BLANCO Daniela Trapé

LA REGLA DE ORO Jorge Chartier