LA PAJARITA Claudia Lozano


Lola  estaba sentada en una mesa frente a la Pajarita, haciendo un esfuerzo sobrehumano para  disimular el tremendo asco y repulsión que le invadieron cuando la mano sucia y maloliente de aquella mujer le puso un pedazo del huevo cocido en la boca, que masticó lentamente haciendo un esfuerzo sobrehumano para no vomitar, mientras la Pajarita la miraba con sus pequeños ojos y una sonrisa de tres dientes tan enigmática como de la Mona  Lisa. Al huevo le siguieron dos cucharadas de algo viscoso, de color rojo intenso y sin sabor alguno que Lola tragó de golpe, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas, al tiempo que le iba invadiendo una  sensación de miseria y desamparo que nunca antes había experimentado.

Hacía casi dos años que había conocido a La Pajarita, una mujer menuda que parecía una bolsita de huesos ambulante cuando  caminaba  por los pasillos y  jardines de  aquel lugar con sus pasitos cortos y rápidos , llevando y trayendo noticias de lo que sucedía  cada día . Lola  y dos colegas suyas habían empezado su trabajo voluntario en aquella institución con el fin de echar a andar un programa de actividades laborales, que habría de darles  la base experimental para hacer su tesis y obtener su título en  Psicología Conductual.

Desde el principio, la Pajarita había mostrado un interés especial en el proyecto de Lola y sus colegas  y una gran  disposición para ayudarles. Esa mujer menudita había sido clave para  la obtención de  la información práctica correcta para elegir a las participantes, para encargarse de  tener al grupo completo, puntual y listo todos los días e incluso participando ella misma como sujeto de estudio.

En todo ese tiempo, Lola y sus colegas se a dedicaron darle a la Pajarita pequeños regalos y a halagarla con el fin de  contar siempre con su ayuda que sin duda sabían era  irremplazable.
”Aquí todas tenemos una historia, les gustaría conocer la mía?” les había preguntado en varias ocasiones; pero Lola y sus colegas, que siempre habían evitado  entablar una conversación con ella,  más por falta de interés que por falta de tiempo, invariablemente le habían contestado  que lo harían cuando hubiera la oportunidad de hacerlo.

Esa mañana Lola y sus colegas llegaron, como siempre, a las 11:30 y de inmediato se dirigieron hacia el pabellón once donde siempre trabajaban. Extrañamente no había nadie en los pasillos ni en los  jardines, sólo dos borregos de esos que criaban en el aquel lugar para comerlos en ocasiones especiales.  El salón de juntas, donde llevaban a cabo las sesiones, estaba  vacío.  Decidieron que mientras sus colegas preparaban las mesas, Lola iría a la recepción, para indagar donde se encontraban las pacientes con las que trabajaban.

 -Casi  todas las pacientes  se encuentran en el comedor, el hospital cumple 50 años el día de hoy  y hay algunas actividades especiales para  celebrarlo-, le informó la recepcionista con una sonrisa y continuó -una de ellas es  un almuerzo con barbacoa que hay en este momento en el comedor-.

-Pues celebración y todo debemos empezar lo mas pronto posible  porque si no, nosotras nos quedaremos atoradas en el tráfico cuando vayamos de  regreso  a la ciudad- respondió Lola  con impaciencia y preguntó  -¿Puedo ir por ellas? ¿ en qué dirección está  el comedor? -.

Apretando los labios, la recepcionista movió la cabeza afirmativamente y  señaló con el dedo la dirección hacia donde Lola debía encaminarse.

Lola se dirigió hacia allá cayendo en cuenta de que en casi dos años de estar yendo religiosamente  de lunes a viernes a  ese lugar, nunca antes habían tenido el mínimo  interés  de explorarlo .

El comedor estaba en un edificio de un piso que a Lola  le pareció extremadamente largo. Cuando abrió la puerta, le llegó fuerte olor a creolina . Había  una gran cantidad  de bancas y de mesas  acomodadas en fila que le parecieron interminables, y en ellas un número incalculable  de mujeres  que vestían unas batas azules desteñidas, que apenas les cubrían el cuerpo desnudo. La mayoría de las pacientes estaban sentadas comiendo, hablando y gritando entre ellas,  otras caminaban   de un lado a otro entre las mesas, otras más mecían su cuerpo mirando, al parecer divertidas, lo que pasaba a su alrededor, y una que otra permanecía inmóvil, callada, ajena a lo que la rodeaba.

Lola entró con paso vacilante, sintiendo que el olor a creolina se le impregnaba  por completo en la  nariz y la boca llegándole hasta la garganta. Sintió cómo  un dolor  y un cosquilleo le iban creciendo en la boca del estómago y tuvo la sensación de que sus piernas se doblarían en cualquier momento. Caminó lo más rápido que pudo entre aquellas interminables mesas buscando a la Pajarita a quien por fin vio después de unos minutos que le parecieron eternos, cerca de la puerta trasera intentando sacar del comedor a un borrego que se movía con rapidez entre algunas de las pacientes que corrían y gritaban en forma histérica .  Lola se replegó hacia una pared cerca de lo que parecían los baños y esperó a que la Pajarita terminara su tarea.

Cuando por fin sacó al animal del comedor, ella se le acercó sonriente. 
-¡Señorita Lola, qué gusto! Estaba sacando al borrego que se metió porque habían dejado esta puerta  abierta-  le dijo, y continuó -venga, siéntese conmigo- tomándola de la mano. Lola se dejó guiar sintiendo un gran alivio.

-Venga, venga, acá estoy almorzando -le dijo la Pajarita  llevándola a una mesa cercana. -Estoy sola porque en las otras mesas no se puede platicar.  Pensé que  alguna de ustedes vendría a buscarnos y que tendríamos un poquito de tiempo para hablar-, y continuó sonriendo, -hoy es un día especial, nos dieron consomé, barbacoa, huevo cocido  y gelatina de fresa, mi favorita-.dijo, mientras las dos tomaban asiento.

-Tendremos que esperar a que terminen también las demás para llevarlas a la sesión - le informó.

-No podremos esperar mucho- respondió Lola con una mueca que intentaba parecer una sonrisa.

-No se preocupe, nos echarán de aquí a todas en  media hora. Sólo organizaron esto porque venía el Secretario de Salud, quien por supuesto desayunó con el director, los doctores y las enfermeras- susurró la Pajarita mientras bebía pequeños sorbos de consomé de un pocillo azul despostillado y comía con la mano sucia pedazos pequeños de carne .

-Disculpe que no le convide de mi barbacoa o de mi consomé, pero solo la comemos una o dos veces al año. Le daré un poco de mi huevo y de mi gelatina en un ratito, eso si pensé compartirlo con cualquiera de ustedes- agregó.

-No te preocupes Pajarita, que yo no tengo hambre- le respondió Lola apoyando los codos sobre la mesa y  su cara entre sus manos, dando un profundo suspiro.

Lola empezó a sentirse acalorada en aquel lugar donde el aire se sentía sumamente pesado, sentía que aquel desagradable olor de la creolina impregnado en su nariz y boca iba invadiéndole la garganta y empezó a sentir una pesadez en los párpados que intentó espantar sacudiendo levemente la cabeza.

Mientras comía,  la Pajarita empezó a hablarle de su vida.

-Yo vivía en la ciudad de México, ahí fue donde nací, en la colonia San Felipe que está en el norte de la ciudad. Mis padres eran muy cariñosos conmigo y mis dos hermanos    pequeños- manifestó con orgullo.

Lola se reacomodó en su asiento mientras hacía un esfuerzo para concentrarse en lo que la Pajarita le decía.

- Me trajeron a este lugar en mil novecientos sesenta y ocho, cuando tenía diecisiete años y estudiaba el segundo año en la vocacional número cuatro de Instituto Politécnico Nacional - y continuó, echando el cuerpo hacia delante y poniendo sus dos manos en el asiento de su silla- Yo no tomaba parte en el gran movimiento estudiantil de esos días, pero  sólo por curiosidad el día 27 de Agosto  de ese año decidí asistir  a una manifestación estudiantil en el Zócalo de la ciudad, para tratar de entender mejor lo que sucedía.- le dijo la Pajarita  bebiendo el último traguito de su consomé y poniendo su pocillo a su derecha, junto a su plato ya vacío.

Y prosiguió:

 -Empezaba a anochecer cuando terminó la manifestación. Yo iba de camino a mi casa cuando una patrulla me interceptó, dos policías  se bajaron y me metieron a la patrulla con majaderías y a empujones, me amarraron pies y manos, y me amordazaron.- dijo al tiempo que se llevaba las manos a la boca y luego las cruzaba en puño sobre el pecho.

La Pajarita dio un gran suspiro y continuó.
  -La patrulla empezó a moverse, no supe cuánto tiempo pasó, llegamos a un edificio en donde me desamarraron los pies y me guiaron hasta una celda donde me siguieron insultando, me quitaron la ropa y me golpearon hasta que perdí el conocimiento- agregó  bajando la cabeza, mientras las lagrimas empezaban a rodarle por los pómulos y sus pequeñas mejillas.

 La Pajarita se limpió las lágrimas con el dorso de sus manos,  y prosiguió.

 -Finalmente  desperté en un cuarto que tenía las paredes acolchadas. Yo estaba desnuda, adolorida  y con mucha sed. Empecé a gritar y a llorar sin entender lo que  estaba pasando. No sé  cuánto tiempo me tuvieron ahí, solo recuerdo vagamente cómo entraban a inyectarme y a limpiar del piso  mis deshechos y dejaban un plato con arroz y frijoles que a duras penas podía comer entre sueños.- dijo con tristeza.

-Después- continuó -me pasaron a una cama, en la sala general del pabellón donde  sintiéndome siempre aletargada me fui adaptando poco a poco a la rutina de este lugar, donde lo único que tenía era una bata azul y lo único que se podía hacer era deambular todo  el día  entre los edificios de ocho de la mañana a ocho de la noche, todos los días, porque no nos permitían estar adentro durante el día. Los doctores y las enfermeras en turno se la pasaban ahí, haciendo no sé qué- dijo  riendo y cerrando el ojo, y continuó pensativa.

 -Calculo  que me mantuvieron sedada por casi diez  años, porque en ese tiempo nunca tuve las fuerzas ni la claridad de mente para defenderme o para pensar en cómo salir de aquí. Supe que había estado ahí todo ese tiempo porque un día vi la fecha en una revista que se le cayó a una enfermera sin que se diera cuenta, era del día 10 de enero de mil novecientos setenta y siete,- agregó tragando saliva - Y después empecé a sentir miedo de dejar este lugar, no podía imaginar  qué podría hacer allá afuera, y dejé de pensar en salir. Ahora son casi veinte años los que he estado aquí, pienso que mis padres habrán muerto, porque ya eran muy mayores, nunca me buscaron, al menos no aquí - dijo con un gesto de resignación y profunda tristeza.

–Además- continuó -seguramente el mundo allá afuera es muy diferente a ese donde viví  hace tantos años, cuando yo era  Isabel Pedroza Núñez,  estoy casi segura que la Pajarita no pertenece a ese mundo. Y a veces me pregunto  cómo es el mundo allá afuera. ¿Cómo es el mundo allá afuera señorita Lola?--preguntó volteando la mirada hacia Lola, quien tenía los párpados cerrados.

-¡Señorita Lola, señorita Lola, se está usted quedando dormida!-, le dijo entonces tocándole el hombro.   

Lola abrió los ojos.
 -Perdona Pajarita, pero no dormí muy bien anoche- le dijo un tanto avergonzada. Miró su reloj de pulsera -¡Es casi hora de irnos! -, dijo intentando pararse  de su asiento.

-Las demás están sentadas en aquella mesa y aún no han terminado-  le informó la Pajarita agarrándole con suavidad la mano – Además – continuó- acuérdese que le dije que compartiría mi huevo y mi postre con usted, solo  le puedo dar la mitad de mi ración, pero lo hago con un gran gusto.-

Lola se sintió incapaz de negarse, no podía arriesgarse a lastimarla y a perder su invaluable ayuda por lo que contra toda su voluntad le respondió

 -Bueno, bueno, anda dame un poco de huevo-.

- ¿Y que le pareció la historia de Isabel Pedroza Núñez?- le preguntó la Pajarita.

 -¿De quién?-  contestó Lola confundida.

-¡Ah que la señorita Lola se quedó dormida!- le dijo la Pajarita y agregó enseguida: -Ándele, coma su huevo y su gelatina y luego nos vamos - acercando su mano sucia con un pedazo  de huevo duro a la boca de Lola, quien  lo aceptó resignada. 

Cuando empezó a masticarlo, fue como si tuviera un pedazo de masa con  un intenso sabor a creolina que le produjo un asco enorme. Lo tragó haciendo un gran esfuerzo para no vomitar, mientras la Pajarita le miraba a los ojos y le sonreía con dulzura . A eso le siguieron dos cucharadas de gelatina roja, semi derretida, que solo le supo a  creolina y que tragó de golpe para terminar con aquel momento que la estaba haciendo sentir tan indefensa y miserable como nunca antes se había sentido en su vida.

No hablaron más, pero se quedaron ahí sentadas, en medio de un silencio raro, la Pajarita con la cara y la barbilla en alto, sonriendo levemente y sintiéndose feliz de haber tenido la oportunidad de compartir su almuerzo y contar su historia. Lola, con los hombros caídos, haciendo un gran esfuerzo para contener su llanto, y tratando de ponerle nombre a lo que estaba sintiendo en esos momentos.

Minutos después, cuando la Pajarita había ya organizado a las integrantes del grupo, todas echaron a andar rumbo al pabellón once. Detrás de las diez pacientes, iban Lola y la Pajarita despacio, en silencio. La Pajarita caminaba erguida, con la sensación de haber reforzado un puente e  intentando  imaginar qué tanto habría cambiado el mundo allá, afuera de las enormes murallas que rodeaban ese hospital psiquiátrico. Lola cabizbaja, y con las lágrimas  escurriéndole por las mejillas y la sensación de haber aprendido, de aquella mujer menuda, algo que le sería útil para el resto de su vida.   

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