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1888 Carmen Almenara

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  Eran las 6 de la tarde en el 1888 [1] y Matt llevaba trabajando desde las diez de la mañana sirviendo cervezas a lo más variopinto de Londres. Pensar que había venido a Londres a estudiar cine, y llevaba vaya saber cuánto tiempo trabajando de camarero. La carrera le había costado unas veinte mil libras que no sabía cómo iba a pagar. Le había ido bien, había hecho un par de contactos, unas prácticas en una productora… todo muy prometedor, pero a la hora de la verdad, aquí estaba, de camarero. Lo único que había sacado de provecho era su capacidad para entender que la realidad y la fantasía no siempre están tan distantes como parece. No veía la hora de tocar la campana de la última ronda. Miró el gran reloj de la pared y vio que eran las cinco. ¿Las cinco? ¡Qué fastidio! No podía ser que el tiempo hubiera pasado tan lentamente. El reloj debía haberse roto, pensó. Al ser sábado de Halloween ya habían pasado por allí vampiros, momias, un par de Freedies, cinco piratas y tres cient

LOS SONIDOS DE LA NOCHE María Victoria Cristancho

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    -¡Ah, ah! ¡Otra vez no…! Esa noche me persigue.   El gemido retumbó en las paredes, alterando la placidez de la noche en el pequeño salón.   Afuera se oía la algarabía de los vecinos que compartían los primeros llamados de la celebración decembrina, en la que los cielos se iluminaban en una fiesta de luces estrelladas y el retumbar de la olorosa pólvora.     Los coordinados estruendos de los explosivos que iluminaban el jardincito se colaban como flechazos amenazantes por la ventana.     A Leticia la tomó por sorpresa el ruido.  En el sobresalto, dejó derramar la taza del humeante café recién colado, dejando un charco aromático en la alfombra.    -       ¿Mamá, qué te pasa? -dijo el niño, dando un respingo de enojo. - Estás regando el café. ¡Mírate!. Te tiemblan las manos.    El pequeño, con un gesto de incredulidad, se acercó a su madre. Tenía una mirada escrutadora, la de un niño precoz que a veces parecía más un adulto que un chicuelo de 10 años.   -       No te entiendo -insist

BABEL EN BABILONIA Patricia Terraza

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La única señal de vida en el bar era el brillo del estaño de la barra. El humo de cigarrillos, el vapor de la cafetera y la humedad del aliento de los parroquianos, acumulados por años, opacaba el aire. El viejo sentado junto al pasillo, parecía formar parte del mobiliario. El ruido del tranvía apenas aceleraba el derrotero de las gotas del vidrio empañado. “Gdjybra swueyöön   frañoÄ   stienkfa”, pensó arrugando el entrecejo. - Gdjybra swueyöön   frañoÄ   stienkfa   - dijo, y nadie respondió. El mozo simplemente le cambió el vaso por otro lleno, limpiando inútilmente con la servilleta la aureola impresa en la mesa de madera. En ese momento, otro hombre entró rápidamente al bar casi patinando en el piso de cerámicas enlozadas y detrás de él una intensa ola de frio recorrió el salón. Sacudió el gamulán y se sacó la gorra dejando al descubierto un ancho surco sin cabello. Pero lo que le faltaba adelante lo ganaba con el largo por detrás en una rala coleta de pelo rubio entrecano.

EL INTRUSO Franco Pachas

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Cuando lo vi por primera vez, tuve la misma reacción que siempre he tenido: no lo quería, pero luego lo llegué a querer. Era, también, una forma de recordarla. De inútilmente recordarla, de ganar el perdón del tiempo y quizá de despertar con la conciencia tranquila. El jardín de la casa donde vivía era grande. Tenía 140 metros cuadrados y estaba dividido en dos partes: una terraza mediana y un área larga de césped que tenía por la mitad un camino de grava que iba recto hasta el final y terminaba en unas rocas muy grandes.  Por detrás de esas rocas apareció un día y se sentó en una de ellas en uno de esos días del verano pasado en plena pandemia.  Era bastante feo. Tenía los pómulos muy anchos, los ojos llenos de legañas, la cara bastante tosca y los bigotes muy desiguales. Yo era amigable y, aunque al principio no quería que se acercara más porque su presencia me traía malos recuerdos, luego cambié de opinión y quería que pasara a la cocina para que comiera, pero cuando me acercaba el