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Mostrando entradas de 2019

EL CUCHILLO DE MANGO AZUL María Victoria Cristancho

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Había ejecutado el mismo procedimiento desde hacía más de diez años. Se aseguraba de que él no estuviese cerca y el resto era casi automático. Sacar el pequeño frasco del fondo de la alacena, abrir el envase, tomar una de las diminutas pepitas, ponerla en la tabla de cortar las verduras. Luego sacaba el mismo cuchillo de mango azul marino del cajón de los cubiertos . Clack, clack, clack, y la pastilla cedía a la presión del metálico instrumento hasta hacerse polvo. Pero un día Pablo había entrado a la cocina sin que Manuela se diera cuenta de su presencia. Ella tenía el cuchillo en la mano y la pastilla lista en la tabla. El instante se repetía en la mente de Manuela como una escena fílmica. Ahora era lunes, afuera estaba lloviendo con esa forma pertinaz del verano tardío. Había pasado un tenso y lento fin de semana. Había intentado refugiarse en el televisor, con el control iba pasando canales de manera automática. Veía el teléfono cada minuto. Pero nada, no había nada. Ella

BICHITOS DE LUZ Laura Kauer

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No era el jardín de un vecino. Tampoco era el terreno empinado de la casa de vacaciones en Carlos Paz. La memoria se oscurecía o iluminaba de a ratos, pero ella podía aún sentir el pasto húmedo recién cortado debajo de la mesa y el sudor frío de los vasos mientras los adultos dejaban pasar las horas hablando. Era un domingo de verano cualquiera. Lo sabía por el olor a asado y el ruido de las palomas revoloteando por los tanques de agua. Lo sabía porque lo único que le había permanecido realmente nítido era su hermana resoplando igual de aburrida que ella. Del otro lado de la mesa, entre botellas de vino, Terma y los tenedores cansados, se asomaban apenas el flequillo y los ojos de su hermana. Los domingos aún no tenían el sabor amargo del día antes de un lunes de trabajo. En vez de eso, avanzaban lentamente mientras su hermana y ella buscaban todas las formas de escaparse de sus sillas de plástico blanco. Lo único que les preocupaba era si las dejarían ver televisión y si alguien

LA CARTA Karmel Almenara

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Jueves, 7 de julio de 1938 Estimada Doña Juana, Sentimos comunicarle que hoy, 7 de julio del presente año, su hijo D. Manuel Aguado Segado, fallecía a consecuencia de las heridas de mortero en el frente. Mi nombre es Valentina Quiroga, enfermera del Hospital Militar de Lanjarón y esta misiva debería terminar aquí, con la frialdad e impersonalidad oficial de tantas otras, pero llevo horas frente a este papel sintiéndome incapaz de escribirle. Necesitaba expresarle, lo menos torpemente posible, mi sentimiento de pésame y mi más sincero lamento ante el sufrimiento que estas noticias le traen. Doña Juana, Manuel llegó al hospital herido hace una semana. Ocurrió mientras recogía agua en el arroyo. Al ser de los jóvenes, tenía que hacer tareas nimias, y desgraciadamente los del bando contrario lo vieron y le tocó a él, como le podría haber tocado a cualquier otro infeliz. Al cabo de unas horas, desconcertado y dolorido, despertó del sueño clínico y tomó de la mano a la enfermera

OCHO MINUTOS Y DIECINUEVE SEGUNDOS Martín Belzunce

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Giro el picaporte, tiro de la puerta y salgo dando rápidas zancadas hacia la vereda. Agarrando fuerte el bolso, que cuelga sobre mi hombro, miro hacia la calle pero el taxi todavía no ha llegado. Estoy demasiado ansioso, tengo que calmarme, me digo. Vuelvo a mirar el bolso, que tantos meses ha esperado dentro del armario y me parece increíble que finalmente esté pasando. Lo sacudo para sacar el polvo que ha acumulado durante este tiempo. Salí tan apurado que ni siquiera me fijé si tenía todo lo necesario. Por su puesto que lo va a tener, si nunca lo toqué, pero de todas formas lo tengo que mirar, no puedo evitarlo. Lo abro y me fijo en su interior, no hay sorpresas, ahí siguen estando las mudas de ropas que prepare ansiosamente hace tiempo. Creo no haber subido de peso, por lo que me deberían ir bien. Vuelvo a mirar a izquierda y derecha pero el taxi no llega. Ya va a venir, me digo en voz alta. Esperé tanto que unos minutos más no van a cambiar nada. Miro la hora y caigo en la cue

ESQUINA NEUTRAL Jael de la Luz

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Estamos frente a frente, tú en tu esquina y yo en la m í a. El campeonato está por comenzar. El público está enloquecido; espera un gran espect á culo. Los boletos se agotaron semanas atrás.   Hay quienes apostaron en dólares para tener el mejor lugar del ringside, no quieren perder un sólo movimiento . De sobra se sabe que somos enemigas dentro y fuera del cuadril á tero . Sien t o miradas pesadas cruzar nuestros cuerpos, las más intensas son de los periodistas deportivos; no es la primera vez que están a la expectativa de todos nuestros movimientos. Algunos de ellos, como si fueran paparazzis, nos han inventado escándalos para suplementos deportivos en los diarios nacionales. Si no mal recuerdo, hace cinco años una nota sobre nosotras fue viral; esa bobada hizo que casi me cagar a de la risa y tú lo supiste porque estábamos juntas cuando leímos el periódico. A ver, era una foto de un día cuando salimos de entrenar del gimnasio al mismo tiempo. Yo estoy agachada abrochando l

UN HOMBRE MACHO NO DEBE LLORAR Marijo Alba

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Mi abuela murió una tarde de otoño fría y gris, mientras el viento iba dejando un colchón de hojas sin la savia de la vida sobre los campos salmantinos. Doblaron las campanas de la iglesia, enterramos a mi abuela en el camposanto de su querido pueblo, entre los suyos, otra vida como compos para abonar la tierra. En ese momento supe que siempre estamos unidos al cordón umbilical, desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, la dama con su guadaña es la que realmente lo corta. Las gotas de lluvia caían vagamente, un rayo de sol se habría paso entre las nubes para dejarnos ver un gran arcoíris, que fue a perderse más allá del monte del El Pico. Durante la semana en la que mi abuela estuvo enferma mi padre no se separó de ella. Sentado en una silla al lado de la cama sostenía su mano derecha.   —¡Madre, madre! —le gritó dibujándose en su cara el rostro del miedo.   Mi abuela no dijo nada, su boca quedó entreabierta al igual que sus ojos, la muerte no la dejó despedirse de

LA BÚSQUEDA Jael de la Luz

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-He venido a perdonarte. El silencio se hizo presente cuando Nadia dijo eso a su hermano. Sentados en una mesa de madera descarapelada por el uso y el paso de los años, despu é s de diez años hermana y hermano se encontraban. Ambos ten í an los ojos fijos en cada grieta de la mesa, pregunt á ndose cu á ntos a ños tendr í a ese mueble. El calor inmenso de Ciudad Ju á rez creaba una atmósfera de bochorno, como s i ese fuera el pretexto para terminar lo antes posible el encuentro. Nadia no soportaba el silencio; no soportaba que su hermano no levantar a la vista de la mesa, como si de esa inmovilidad su vida dependiera. - ¿ Qu é piensas de todo lo que te he dicho? - dijo Nadia en tono suave. -No recuerdo nada - contestó Miguel. - ¿ C ómo que no recuerdas nada? – Nadia sintió una indignación tremenda – ¡Si yo lo siento y recuerdo como si hubiera sido ayer! Es como si al tocarme la cara o el cuerpo mis dedos reaccionaran, y me duele como si tuviera una herida sangrando; como una