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Mostrando entradas de marzo, 2017

EL FUNERAL Paula Natalizio

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“Com uma tal falta de gente coexistível, como há hoje, que pode um homem de sensibilidade fazer senão inventar os seus amigos, ou quando menos, os seus companheiros de espírito?” Sire Fernando Antonio Nogueira Pessoa “Rei de Holisipo” Las celosías se abrieron acompañadas por la brisa primaveral, como abrazando el ajetreo y los rumores urbanos. Fuera, el rechinar del tranvía galopando en los rieles, el cantar de los pájaros y las voces que pasaban peregrinas, completaban la armonía del paisaje de una Lisboa apenas madrugada. Era evidente que la ventana había quedado mal cerrada, nadie había vuelto a entrar desde la noche anterior. Nadie, hasta que la señora Lina fue llamada por el danzar de las cortinas, que se aventuraron sin pudor a seguir el compás del viento. Entró en automático, respondiendo al llamado de las telas. Ni siquiera miró por dónde caminaba, no hacía falta. Tampoco dedicó tiempo a observar el féretro, desde el anochecer del 30 de marzo que lo estaban llora

LA FELICIDAD Diana Huarte

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Tiene pequeñas arrugas verticales alrededor de los labios que siempre están fruncidos en un gesto que puede ser de desaprobación, impotencia o maldad. Vive sola y casi nunca sale de la gran casa. Cuando lo hace, sube a su auto y maneja hasta el supermercado para abastecerse de comida y vinos. A veces la boca fruncida se relaja y sonríe. Es delgada y su piel firme, pese a estar cerca de los cincuenta. En el fondo del jardín, ha cultivado varias plantas de cannabis , y cuando éstas dan su fruto, perfectas flores con tonalidades rojizas que parecen explotar y transformarse en criaturas listas para atacar el universo, las cosecha y las fuma con cierta nostalgia. En este estado es cuando enciende el televisor y pone siempre el final de un mismo video: Fu nny Games de Michael Haneke: los dos hombres llevan a la víctima amordazada y maniatada a dar un paseo en bote. Anna hace un último intento de escapar, pero es inútil. Uno de ellos se acerca y la besa en la frente, al mismo

COSAS QUE PASAN Santiago Peluffo

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-¿Qué me pasa? -se preguntó. Se había levantado con una sensación rara. Le gustaban las almohadas chatitas, pero no por eso iba a sentir esos dolores en el cuello. Había ido al baño a lavarse los dientes y el espejo le había devuelto unos ojos resacosos. Sentado en el inodoro, había sentido las rodillas hinchadas. El café tenía gusto raro: su lengua lo había incorporado a regañadientes. Extrañado, se había ido al trabajo. Daba un paso, sentía dos. En el metro había tragado bronca por un pasajero que se apoyaba en su espalda. Después de un viaje largo, en la calle había buscado esa ráfaga de aire que lo calmara, pero seguía sintiéndose pesado. En el trabajo le habían preguntado si estaba resfriado. Tos no tenía, mocos tampoco. Dolor de cabeza había tenido en otras ocasiones, pero lo que sentía ahora era diferente. Como un mareo o un agobio general. Había salido afuera a pensar en voz alta: -Estás mal -le pareció oír. Giró la cabeza con desconcierto. -Eso está claro -pen

EL LIBRO DE TUS VISITAS José Luis Gutiérrez Trueba

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No caí en la cuenta hasta que abrí el armario para colgar el traje. Quizás si lo hubiera tirado en el sofá como siempre, no habría caído en la cuenta de nada, pero aquella noche estaba tan cansado de trabajar todo el día que confundí la pereza con la desgana. Cuando llegué al hotel puse la colonia y el cepillo de dientes de mi neceser en el baño, las mudas en dos montoncitos sobre la cama, las zapatillas perpendiculares a la alfombra, el libro de lectura en la mesita. Mi nuevo hogar caducaba en siete horas y no sé por qué hice lo que nunca hago, y como no lo sabía también me fui hasta el armario para colgar el traje. Era enorme, se podía entrar y estar de pie y correr maratones dentro. La moqueta seguía siendo verde, me tumbé como hace unos años cuando dijiste que aquel era el único claro seguro del monte para acampar y pasar la noche. Maravillosa loca, y así fue, dormimos dentro. Después de pagar la noche, a la mañana siguiente me acerqué hasta el baño del fondo del recibidor

EL ACCIDENTE Andrés Tacsir

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Ayer, justo después del partido de bochas de cada sábado, le había empezado a doler la ciática. Las molestias llegaron de repente   y Atilio comenzó a tomar esos calmantes que habían sido efectivos alguna otra vez. Los dolores iban y venían. Decidió, entonces, no decirle nada a Silvia: como siempre, solo decía aquello que era imprescindible. Esta mañana despertó sin dolor y cuando Daniel vino con los otros dos para filmar estaba perfectamente bien. Por la tarde, sin embargo, una sensación de incomodidad lo invadió; pero no fue por la ciática: fue por la entrevista. Ya sabía que tenía que tener paciencia. En uno o dos días si lograba evitar pensar en el tema, la incomodidad desaparecería. Para no darle chances a la ciática, había decidido cuidarse. Quería evitar inconvenientes durante los próximos días en que estaría solo: le aterraba la idea de tener que ir a las urgencias del NHS sin compañía. Sabía que ni Silvia ni su hijo, Mateo, estarían para darle una mano. A pesar de

ENFRENTAMIENTO. Silvia Rothlisberger

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Como si hubiera una región en que el Ayer pudiera ser el Hoy, el Aún y el Todavía. El Tango , Jorge Luis Borges Después de varios días de enfrentarse con la página en blanco y sin lograr escribir una sola palabra de su libro, había salido a caminar para refrescar las ideas. Las calles estaban vacías, era medianoche y la luz de un bar de antigua fachada lo atrajo como a una polilla. Junto a la barra había varias mujeres entre las cuales sobresalía una, altiva, de mirada profunda. Pensó que si la Lujanera, la que en una sola noche había tenido tres hombres, existiese en el mun do físico, se parecería a ella. El lugar era un galpón de chapas de zinc y estaba inundado de malandras valentones de esos que en uno de sus poemas Borges había llamado chusma valerosa. Asombrado, reconoció entre ellos al mismísimo Rosendo Juárez el Pegador, con su sombrero alto de ala finita, sentado en la mesa junto a la ventana alargada fumando un cigarrillo. Sintió que el espacio y el tiempo se