COSAS QUE PASAN Santiago Peluffo




-¿Qué me pasa? -se preguntó.
Se había levantado con una sensación rara. Le gustaban las almohadas chatitas, pero no por eso iba a sentir esos dolores en el cuello. Había ido al baño a lavarse los dientes y el espejo le había devuelto unos ojos resacosos. Sentado en el inodoro, había sentido las rodillas hinchadas. El café tenía gusto raro: su lengua lo había incorporado a regañadientes.
Extrañado, se había ido al trabajo. Daba un paso, sentía dos. En el metro había tragado bronca por un pasajero que se apoyaba en su espalda. Después de un viaje largo, en la calle había buscado esa ráfaga de aire que lo calmara, pero seguía sintiéndose pesado.
En el trabajo le habían preguntado si estaba resfriado. Tos no tenía, mocos tampoco. Dolor de cabeza había tenido en otras ocasiones, pero lo que sentía ahora era diferente. Como un mareo o un agobio general. Había salido afuera a pensar en voz alta:
-Estás mal -le pareció oír. Giró la cabeza con desconcierto.
-Eso está claro -pensó.
-Es más profundo de lo que pensás: tenés angustia -ahora la voz sonó nítida y cercana.
-¿Qué? -volvió a girar.
-Lo que estás sintiendo soy yo, la angustia.
Si por la mañana se había sentido extrañado, ahora rayaba la locura. Decidió ir directamente a ver un médico.
-Doctor, me siento pesado. Tengo una sensación rara, difícil de explicar -dijo recostándose en la camilla.
-¿Qué es lo que siente? -preguntó el médico, el estetoscopio colgando de su cuello.
-No sé, un malestar general.
-A ver, siéntese aquí que le hago algunos chequeos -el médico se paró a buscar materiales.
Le tomó la presión, revisó sus oídos, conectó desconectó aparatos. Al rato diagnosticó:
-De los análisis no surge ningún síntoma. Usted tiene otra cosa.
-¿Qué tengo?
-Lo que usted tiene es angustia.
-Te lo dije. Estoy acá, pero no querés registrarme -dijo la angustia, sentada en la punta de la camilla.
-Callate -respondió el hombre.
-¿Cómo dice? -se extrañó el médico.
-Nada, doctor, no fue para usted. Explíqueme mejor cómo es eso.
-Bueno, la angustia es una sensación que se produce en ciertas circunstancias…
-Sí, eso ya lo sé, doctor. Pero, ¿cómo se cura?
-¿Qué esperás?, ¿que te dé dos pastillitas y listo? -intervino de nuevo la angustia, que reía y jugaba con la balanza del consultorio.
El hombre cortó las bromas con una seña, no fuera a ser que le diagnosticaran también esquizofrenia.
-Le sugiero que aprenda a convivir con ella hasta que se vaya -el médico se paró y abrió la puerta-. Enseguida regreso.
Ahora solos, el hombre enfrentó a la angustia.
-¿Y dónde pensás dormir? No te podés quedar en mi casa muchos días, no hay lugar -le dijo. Sus manos dibujaban elipsis en el aire.
-Tranquilo. Soy chiquita y me adapto fácil.
-No, pero no podés… -el hombre miraba de reojo la puerta.
-Te va a hacer bien la compañía. Me quedo el tiempo que haga falta.
-¿Por qué viniste?
-¡Ja! Dale, eso lo sabés bien.
-Pero cómo llegaste.
-Simple: me mudé con vos al 2° piso cuando el del 1° volvió con su pareja -contó la angustia mientras hacía un globo con los guantes de látex.
-Dejá eso que va a venir el médico en cualquier momento. ¿Ésa es tu costumbre?
-¿Cuál?
-La promiscuidad; saltar de casa en casa.
-Bueno... Pensá en mí más bien como una amiga que llega cuando el amor se va.
El hombre se quedó pensando. Iba a contestar, pero volvió el médico. Dejó la puerta abierta y dijo:
-Bueno, ya se puede ir.
-¿Y con la angustia qué hago?
-Conviva con ella.
Y cerró la puerta.



El hombre llegó al departamento, la angustia venía a su lado, y no se le ocurrió mejor idea que ofrecerle un té.
-Sentate, ¿querés un té? -el hombre apiló los platos sucios y puso agua en la pava eléctrica.
-¿Whisky no tenés? -la angustia relojeó la cocina y miró hacia el interior de la casa.
-Son las tres de la tarde.
-Sí, perdón, no me había dado cuenta. Quería algo más fuerte.
-¿Le pongo mucha azúcar?
-Qué bueno que aún puedas bromear en este contexto.
-Hay cosas peores -el hombre dijo mientras ahogaba los saquitos de té.
-¿Qué hay peor que quedarse solo?
-Uh, che, ¿pero vos viniste a hacerme compañía o a hundirme la moral? -el hombre le alcanzó la taza a la angustia y se sentó.
-Es que yo te entiendo bien -la angustia dio un sorbo corto.
-No me jodas. Suficiente te divertiste en el consultorio.
-En serio. Me quedé sin casa anoche cuando el de abajo volvió con su mujer.
-Parece que mucho no sufriste. Enseguida caíste de ocupa en la mía…
-Te dije que soy como una suerte de amiga que viene a hacer compañía en estos casos.
-Qué romántica…
La angustia agachó la cabeza y fue al living a sentarse en el sillón. Al hundirse, pensó que no sería tan incómodo para dormir. Miró por la ventana; las gotas se deslizaban lentamente.
-Me gusta la lluvia -dijo en voz alta.
-¿Qué? -el hombre seguía en la cocina.
-Nada, que me gusta la lluvia. ¿Vemos una película?
-Son las tres de la tarde.
-¿Y qué? ¿Vas a volver al trabajo ahora?
-No, pero…
-Está bien, ya entiendo. Querés estar solo.
-Sí.
-Todos dicen lo mismo…
-¿A qué te referís?
-A nada, no te preocupes. Tenés suficiente con lo tuyo -la angustia prendió la televisión y se acomodó en el sillón.
-No me manipules que apenas resuelva lo mío te vas a tener que buscar otra casa... -el hombre entró a su habitación y cerró la puerta.
-Exacto…
La angustia se quedó recostada en el sillón.
Después de la siesta, se levantó pesada. Había dormido hecha una bolita y eso le trajo dolores en el cuello. Fue al baño y se vio vieja y arrugada, la marca del almohadón en el pómulo.
Volvió al living y se sintió mareada; daba un paso en zig, otro en zag. Se preparó otro té: estaba insípido. Probó con más azúcar; le dieron arcadas.
Afuera seguía lloviendo, el cielo color ceniza, las luces de la ciudad encendiéndose temprano: el invierno omnipresente.
La angustia sintió que el sinsabor se le extendía por todo el cuerpo. Necesitaba salir a tomar aire. Agarró el paraguas, bajó las escaleras y se paró en la vereda. Bajó el cielo gris húmedo encendió un cigarrillo, se rascó la cabeza y se preguntó:
-¿Qué me pasa?


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