CAMBIO DE VIDA Diana Huarte
“¿Es usted
miembro de la familia?”
Una voz
desconocida sonó desde el otro lado de la línea.
“No -
contestó Alvaro de inmediato-, la señora Dalton no tiene familiares
cercanos, soy su amigo y vecino y estoy aquí cuidando a su gato por
cuatro días ¿Puedo saber quién llama?”
Las frases
que siguieron a continuación sonaron como pequeñas piezas
de metal incrustándose en sus oídos y viajando directo a su
cerebro donde explotaron todas a la vez.
Soltó el
auricular y tuvo que agarrarse a una silla para no caer.
Era una
helada mañana de febrero cuando el avión aterrizó en Heathrow sin
contratiempos.
Alvaro
Etcheverry estiró sus piernas pensando si podría volver a caminar luego de 12
horas de vuelo en clase turista.
Había
dormido prácticamente durante todo el viaje gracias a la ingesta de dos
miligramos de Alplax. Los había consumido en cuartos, así
que dormía intermitentemente tomando las comidas junto con dos
botellitas de vino que una azafata sonriente le servía. Sabía que no era buena
idea la mezcla de benzodiapinas con el alcohol, ya que
juntas actúan sobre el sistema nervioso central, pero no quería
pensar en eso por el momento.
Cogió su
equipaje de mano, y ya en el control de pasaportes lo atendió una mujer que se
diferenciaba de sus colegas por una sonrisa permanente que revelaba unos
dientes impecables.
Álvaro
le mostró su visa de trabajo y cuando vio que era veterinario, la
hilera de dientes se ilumino aún mas y le contó que tenía ocho patos
en el jardín de su casa y que les vendía por solo una libra y media la media
docena de huevos a sus colegas. Cada pato tenía nombre propio y la
mujer escribía en cada huevo la fecha en que había sido puesto y el nombre del autor,
anécdota que hizo florecer una súbita empatía en el corazón de Álvaro,
quien tomó este hecho como un signo de buena suerte para la nueva vida que
comenzaría.
Henry lo
estaba esperando en la salida del aeropuerto; vestía un trench de
cuero negro con un grueso sweater de cuello alto y unos pantalones de corte
moderno en el mismo tono. Unas llamativas botas de cuero charolado color verde
botella contrastaban la uniformidad del negro rompiendo el formal esquema.
Henry era
diseñador de modas, las botas eran las últimas que había terminado y todavía no
las había presentado en su colección, le gustaba probar por sí mismo sus
propios productos antes de sacarlos al mercado.
Al verlo, el
corazón de Álvaro empezó a latir con fuerza.
"Qué hermoso es" pensó, y
al mirar sus propios pantalones arrugados y sentir su cuerpo sudoroso después
del largo viaje se sintió en desventaja.
Sacó del
bolsillo interno de su chaqueta un paquete de goma de mascar de menta Adams, y
se apresuró a poner dos pastillas en su boca para tapar el mal aliento.
Henry corrió hacia
él y ambos se unieron en un fuerte y prolongado abrazo.
"Tengo
el auto esperando en el estacionamiento" dijo rozando los labios de Álvaro
ligeramente con los suyos.
Una vez
dentro del auto se besaron largamente.
A pesar del
tráfico llegaron más rápido de lo que esperaban a la casa de cuatro
habitaciones en Crouch End. Henry tenía su taller de diseño en Seven Sisters,
un barrio cercano a sólo quince minutos manejando, pero había comprado esa casa espaciosa
porque le gustaba elaborar las primeras fases de diseño de sus colecciones en
su hogar. Crouch End era un barrio tranquilo, ideal para estar en
pareja, con algunos buenos restaurantes, casas de té y dos cines que
proyectaban las mismas películas a la vez.
Al llegar a
la puerta de entrada, Henry puso un manojo de llaves en la mano de Álvaro y le
dijo “¿Vas a abrir o no la puerta de nuestra casa?, ¡rápido que nos
vamos a congelar acá afuera!’
El otro lo
miró emocionado y abrió la puerta.
"Estoy
exhausto, voy a tomar una ducha"- exclamó subiendo las escaleras - “Aún no
puedo creer estar acá”, dijo girando hacia Henry.
Al sacarse
los viejos pantalones de jean que siempre usaba en los aviones, unas monedas
argentinas cayeron al piso de madera del cuarto. Las recogió y las observó
estáticas en la palma de su mano derecha con un dejo de nostalgia, luego las
volvió a colocar en el bolsillo de su pantalón y abrió la ducha
caliente del baño en suite que compartiría con su amante por el resto de su
vida.
Mientras se
duchaba, unas manos lo abrazaron por detrás de la cintura. Henry empezó a
besarle el cuello bajando lentamente por la espalda hasta llegar al culo.
"Mmmm... extrañaba este
culo tuyo de gimnasio "
Álvaro gimió y
lo dejo hacer, el agua caliente corría por los cuerpos de ambos mientras Henry
se movía dentro suyo.
Al día siguiente
alguien tocó el timbre a las once y media de la mañana. Henry se había ido
al taller; Álvaro se levanto del sofá y acomodándose la camisa dentro
del pantalón caminó hasta la entrada y abrió la puerta.
Una mujer delgada
y bien vestida lo saludó en ingles llamándolo por su
nombre; podría tener entre cincuenta y cinco y
sesenta años pero era muy atractiva.
“Soy Caroline
Dalton, la vecina y amiga de Henry, sabía que llegabas ayer
y quería conocerte, escuché tanto de vos. ¿Como fue el viaje?” preguntó
estrechando la mano de Álvaro.
“Por favor,
no se quede en la puerta -dijo acomodando a la señora Dalton en un sofá - por
supuesto sé quién es usted, Henry la nombra muy a menudo, el placer es mío.
Tome usted un café conmigo señora Dalton por favor,-agregó- ¡oh no!
Espere, Henry tiene un té que sé que es su favorito, voy a prepararlo
enseguida.”
“Querido, no
me llames señora Dalton, llamame Caroline por favor”-respondió ella mientas
jugaba con el anillo de plata que adornaba el dedo anular de su mano derecha.
Álvaro
preparo té para dos y se sentó en el sofá con ella,
pensando en mantener una charla trivial sobre el tiempo (aunque los ingleses
pueden hablar horas sobre esto), el barrio o tal vez su trabajo.
Pero no.
Caroline era una mujer jovial que tenía muchísimo para dar, una de
esas personas que uno siente ha conocido de toda la vida.
Era
un espíritu inquieto que disfrutaba yendo a museos, festivales
de música, amaba la buena mesa y uno de sus hobbies era viajar por
diferentes viñedos asistiendo a catas de vinos. Por supuesto que
había visitado viñedos en Mendoza y el norte Argentino.
Había tenido
un hijo homosexual, muerto por una sobredosis de heroína tres años antes, después de haber luchado contra esta adicción
por casi una década.
Álvaro no
supo que decir frente a esta confesión y Caroline, notando que no
encontraba palabras, tomó su mano y le dijo en voz baja.
“Querido,
nunca voy a superarlo, pero aprendí a vivir con ello”
Sintió la
mano de ella en la suya, suave, y una sensación tibia
lo invadió. Cuando vio la honda tristeza de sus ojos azules tuvo un
impulso, como un puño apretado en la boca del estómago, un deseo de
querer besarla en la boca, pero apartó esos pensamientos de su cabeza
y sirvió más té.
Un año más
tarde Álvaro y Henry se casaron en una ceremonia a la cual asistieron
familiares de ambos y amigos.
De luna de
miel fueron a Buenos Aires donde la familia de Álvaro decidió que la
ceremonia de Londres había sido hermosa pero que la
pareja merecía una segunda fiesta. Buenos Aires era para Henry un
lugar alegre y bullicioso, en el cual podía relajarse y olvidarse de
todas sus obligaciones.
Le gustaba
abandonarse en Álvaro y que él decidiera todo por los dos.
De vuelta en
Londres, Caroline los esperaba con una sorpresa color chocolate y ojos celestes
de tres meses de edad; la gata de unos
amigos había tenido cría y estaban regalando los gatitos,
Caroline tenía amor de sobra para dar y una soledad enorme que el
animalito comenzó a llenar desde el primer día.
Mr.
Hume corría sin parar desplegando la energía de
los jóvenes gatos siameses y conquistando a todos lo que visitaban la
casa de Caroline. Ella bromeaba diciendo que desde que Mr.
Hume había ingresado a la familia, sus amigos encontraban excusas
para visitarla todo el tiempo, pero que no le prestaban
demasiada atención a ella, sino que se dedicaban a jugar con
el pequeño felino hasta que se daban cuenta de ello y se
avergonzaban.
Álvaro se enamoró instantáneamente del
gatito haciéndole prometer a Caroline que cuando se fuera de vacaciones, y
esperaba fuera pronto, Mr. Hume quedaría al cuidado de ellos.
“Perfecto –
dijo Caroline- ¿Por qué no llevamos a Mr. Hume a tu casa esta misma
tarde así conoce el sitio y se adapta a los cambios de casa?’
Caroline sonrío y
fue a buscar la casa móvil de Mr. Hume. Pensó que a veces Álvaro
era como un adolescente, y una emoción repentina
le nubló los ojos al recordar a ese hijo que ya no estaba.
Ya en la
casa de Henry y Álvaro, Mr. Hume se dedicó a hacer suya cada silla saltando de
una a otra y haciendo caso omiso de las intervenciones de Caroline para que se
comportara bien.
Pero pasó
algo que no esperaban: la nariz y las orejas de Henry comenzaron a enrojecerse,
a hincharse, y tuvieron que llevarlo de urgencia al hospital.
“Un ataque
de alergia” fue lo que los médicos dictaminaron, y
el corazón de Álvaro se comprimió pensando que nunca
podrían jugar juntos con el gato.
De todos
modos, Álvaro satisfacía su deseo de tener un gato propio
visitando a Caroline regularmente.
Si bien no
dudaba en absoluto de su amor por Henry, cuando estaba cerca de Caroline muchas
veces aquel deseo que tuvo la primera vez que se encontraron aparecía, y
le costaba trabajo mirarla. La presencia de Mr. Hume reducía la culpa
que por momentos sentía.
Las
colecciones de zapatos de Henry se vendían muy bien y
al año siguiente las ventas se triplicaron, inauguró un local propio
en Covent Garden y tuvo que tomar más empleados.
Álvaro por
su parte también tenía una buena entrada de dinero, y
su reputación iba en aumento junto con la idea de tener su
propia clínica en un futuro no lejano.
Luego de un
exitoso Fashion Week, para el cual Henry había trabajado casi sin
dormir, preocupando a Caroline y a Álvaro por esta costumbre insana que no
menguaba, su querida amiga los invitó a pasar un largo fin de semana en un
cottage que poseía en Kent. Dejaría a Mr. Hume con un amigo.
Era
una pequeña casa muy bien provista con un extenso parque, la
temperatura era todavía agradable en los finales de septiembre y las
largas caminatas ayudarían a Henry a erradicar todo
el estrés acumulado previo a los shows.
Cuando
estaban por irse, un problema repentino de salud de uno de los colegas de Álvaro
hizo que éste tuviera que cubrirlo en la clínica y ya que no podía hacer
el viaje, decidió quedarse cuidando a Mr. Hume.
“Solo serán cuatro días,
y necesitas un cambio de aire” le dijo a Henry.
Él aceptó
a regañadientes. Había desarrollado una adicción al trabajo y
cada momento de relax era una tortura pero Álvaro siempre lograba relajarlo. No
sabía si lo lograría sin él esta vez.
Partieron un
jueves al mediodía y luego de alimentar y mimar a Mr. Hume, Álvaro
se dirigió a la clínica.
Ya en el
trabajo, luego de atender a los primeros pacientes, pidió un café en
la cafetería y llamo a Henry; lo recibió la voz del
contestador telefónico y dejó un mensaje preguntando cómo habían llegado.
Pensó que tal vez se habrían detenido a comer algo,
no habían almorzado, y que estarían todavía en la
ruta.
Terminó la
labor del día y subió a su auto; manejó directo a la
casa de Caroline, no quería dejar solo demasiado tiempo a Mr. Hume. Chequeó
su móvil una vez mas y comprobó que
no había recibido mensaje alguno.
Notó que
los días se estaban acortando rápidamente y
una sensación de frío lo envolvió por un
instante.
Ya en la
casa de Caroline se recostó en el sofá con Mr. Hume
que comenzó a olfatearlo.
El teléfono de
línea sonó y bruscamente se levantó a atenderlo.
Una voz desconocida sonó desde
el otro lado de la línea.
“¿Es usted
miembro de la familia?”
Álvaro se despertó más
tarde que de costumbre, buscó a tientas el cuerpo de Henry y una punzada de
dolor lo quebró por dentro.
Jamás volvería a
verlo.
Testigo de
sus pensamientos, Mr Hume trepó de un salto a la cama y
se sentó frente a él mirándolo fijamente.
Álvaro
acarició el lomo del animal que comenzó a emitir sonidos de placer y
a lamer su cara.
“¿Los vamos
a extrañar no?”
Mr Hume se
acomodó en el pecho de Álvaro y emitió un largo suspiro.
“Ok Mr Hume,
sí, es duro para ambos”.
Sin dejar de
acariciar al animal se levantó, se puso un salto de cama, caminó hasta el otro
extremo de la habitación y apartando una lágrima que comenzaba a
asomar por el ojo izquierdo abrió las cortinas.
Un
sol débil hacia esfuerzos para asomar entre medio de densas nubes
blancas.
Pensó que
el día mejoraría.
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