EL CUBO Natalia Casali


El almanaque señala el lunes, cuando reciben el pedido de comida. Han encargado ensalada de papas y un asado alemán que se hace con vinagre y caldo de verduras.
- Hoy han hecho muy bien la ensalada - comenta Wanda.
- La verdad que sí, parece que está fresca – corrobora Ernest.
- ¿Quieres sal?
- No, gracias.
- ¿Qué tal ha ido el trabajo?
- Muy bien, la oficina estuvo tranquila hoy.
- Qué bien, que suerte.
En el silencio sólo se escucha el ruido de los cubiertos.
- A mí también me fue bien hoy.
- Qué bueno Wanda
Ernest y Wanda son una joven pareja que vive en Munich, en un inmenso loft cerca de la Business School.



El almanaque indica martes cuando ambos están terminando de cenar.
- Qué ricos los buñuelos – interrumpe Wanda.
- No están tan mal – responde él.
- ¿Quieres más pepinillos?
- Pero mi madre los hace mejor, ella es especialista en buñuelos alemanes.
- Que bien, mi mamá es más de dulces. ¿Qué tal hoy?
- La verdad que muy bien. Los directivos estuvieron sólo por la mañana.
- Me alegro tanto.
Son las siete y media cuando Ernest toma el último trago de vino blanco.
- Antes de que me olvide - dice Wanda.- Mañana tengo que quedarme una hora más por el training a la becaria
- Bueno, pediré pizza entonces.



Ernest y Wanda tenían una vida muy ocupada, ese era el motivo por el cual de lunes a viernes ordenaban comida en la rotisería de abajo. Los sábados salían a comer afuera con sus amigos y los domingos tenían reuniones familiares; siendo ese día el único que cocinaban. Si la reunión se celebraba en su casa, claro. Las noches que Wanda no estaba Ernest encargaba pizza y miraba televisión.
Es el caso del miércoles.
- Buenas noches Ernest.
- Buenas noches Wanda.
- ¿Alguna novedad hoy?
- Todo tranquilo, lo único es que me dieron trabajo para el fin de semana.
- Entonces no vamos a Berlín el sábado.
- No, no podremos ir.
Ernest recoge sus platos y se va a dormir.
Después de lavarse los dientes Wanda se mete en la cama. Está a punto de cerrar los ojos cuando algo la inquieta.
- ¿Qué es eso? - pregunta intrigada.
- ¿El qué?
- Eso en el techo.
- ¿En el techo? ¿La lámpara que compré hace un mes?
- No, ahí en el medio.
- Mmmm, no sé... será una mancha de humedad.
- ¿Una mancha de humedad cuadrada?
- … Y, puede ser.


El jueves Ernest está leyendo en la cama mientras Wanda pone el despertador para levantarse al día siguiente.
- Hoy se me pasó el día volando – dice ella.
- Me alegro... Eso es que lo pasaste bien.
- Si, entre el trabajo y el training a la becaria, me quedé exhausta.
- Ya ves.
Ernest pasa las hojas de su libro con mucha tranquilidad.- Ernest? - pregunta Wanda.
- Dime.
- ¿Viste eso que está colgando en el techo?
Ernest mira el techo durante casi tres segundos.
- Mmm... yo no veo nada.
- Si fíjate bien, es como algo cuadrado colgando del techo.
- ¿Dónde?
- Ahí, fíjate, en el medio de la habitación.
- Wanda, yo no veo nada.
- Sí, mira ahí, es como un cubo...
- ¿Un cubo?
- Si, y parece metálico.
- Ah si, es verdad...
-¿Cómo no lo vimos antes?
- No sé, puedes fijarte en los planos del loft. Están el tercer cajón de mi escritorio.
- Qué raro, cómo no lo vimos antes...
- Sí... es raro...



El viernes Wanda está sentada sobre el sofá mirando hacia arriba cuando Ernest llega a la casa.
- Traje codillo de cerdo - dice él dejando la bolsa en la mesada.
- Ernest ¿Sabes que miré los planos?
- Ah, ¿si?
- Si. Y el diseño del cubo no aparece por ningún lado.
- ¿Qué cubo?
- El cubo metalizado que está ahí, colgando.
- Ah, ese cubo.
- Sí, no está en los planos.
Ernest se queda mirando al techo durante algo más de tres segundos.
- ¿Dónde dices que estaba?
- Ahí en el medio, en el medio. Justo a tres metros de la lámpara.
- Ah, cierto... ¿Quieres que llame a los de la agencia?
- Y... la verdad es que sí.
- Bueno, mañana llamo.
Ernest pone la mesa. Se sirve la comida y empieza a cenar. Wanda gira la cabeza mientras abre y cierra los ojos tratando de enfocar mejor. Con fascinación pregunta.
- Ernest, ¿No ves al cubo más grande?
Ernest lo observa detenidamente y antes de llevarse otro bocado a la boca le dice.
- Puede ser.



La mañana del sábado Ernest está trabajando con su computadora cuando Wanda se despierta.
- Buen día Ernest.
- Buen día Wanda.
- ¿Cómo lo llevas?
- Bien, quizás termine el informe para la noche.
- No vienes a comer al Círculo, entonces.
- No, discúlpame con los chicos.
- Lo haré. ¿Quieres pedir pizza o te traigo algo para cenar?
- Si, mejor tráeme algo. Te envió un mensaje más tarde.
- Muy bien.
Wanda llega sobre las seis y media de la tarde.
- Te dejo la sopa en la mesa.
- Ahí voy. Estoy a punto de terminar.
Wanda se queda pensativa mirando al cubo. Frotándose la frente pregunta:
- ¿Pudiste llamar?
- ¿A quién?
- A los de la agencia.
- Ah, sí. Los llamé.
- ¿Y qué dijeron?
- Dijeron que puede tratarse de un error arquitectónico. Nos pidieron disculpas y nos ofrecieron otro loft.
- ¿Y tú que les dijiste?
- Que los llamaríamos si no podíamos solucionarlo.
Ernest escribe unas líneas más y apaga la computadora. Wanda abre un cajón del mueble de la entrada y busca minuciosamente. Desde allí mide con una cinta métrica el tamaño del cubo. Observa la lámpara que había comprado Ernest. Y vuelve su mirada al cubo.
- ¿Viste que está más grande?
- Seguramente...
- Al parecer se triplicó.
- No me di cuenta, la verdad es que estuve toda la tarde mirando esta pantalla.
- Y… está más brillante.
- ... Puede ser.
Wanda ya está en la cama cuando Ernest termina de comer.
- Wanda, ¿A qué hora venían las familias mañana?
- A las doce.
- ¿Te parece que vengan a la una? Así descanso un poco más.
- Si, mañana llamamos. ¿Qué vamos a cocinar?
- … No lo sé, ¿Te parece que lo veamos mañana?
- Creo que quedaba algo en la heladera.
- Bueno, si no, podemos ir al supermercado.
- Ernest... ¿Te diste cuenta?
- ¿De qué?
- El cubo.
- Si.
- Parece que el cubo está adoptando la forma de una torre.
- Es verdad... Se está volviendo rectangular...


El domingo Wanda se despierta a las ocho de la mañana. Cuando abre los ojos el cubo está a tan sólo dos metros de la cama. Mira la cinta métrica ubicada en la mesita de luz, mira la cubo y sin dudarlo despierta a Ernest.
- Dime – contesta dormido.
- Vamos a tener que cancelar lo de hoy.
Ernest abre los ojos, bosteza y mira el cubo durante algo más de 5 segundos.
- Enseguida llamo a mi familia.
- Yo llamaré a la mía.
Al cabo de un rato, llaman a sus padres, tíos y sobrinos y sin dar muchos detalles les comentan que no van a poder albergarlos en su casa.
Sin dudarlo ambos deciden ir a desayunar al café de la esquina. Cuando regresan el cubo con forma de torre ha aplastado totalmente la cama, las mesitas de luz y un baúl no muy grande donde guardaban sus fotos, revistas y algún que otro libro.
- Quizás deberíamos llamar a la agencia - piensa en voz alta Ernest.
- Quizás - contesta ella.
Aún queda espacio para desplazarse alrededor.
- Todavía tenemos acceso a muebles y armarios.
Al cabo de un minuto y sin intercambiar palabras, ambos deciden tomar sus respectivas maletas y guardar en ellas sus pertenencias. El cubo sigue creciendo y cuando terminan de empacar ambos tienen que desplazarse de costado y pegados a las paredes. El cubo está adaptando su dimensión a la del loft y apenas deja sitio para salir por puerta. De forma aparatosa y haciendo un enorme esfuerzo logran pasar salir uno tras otro. Cuando lo consiguen, suspiran exhaustos. Desde fuera se escuchan crujidos de muebles. El cubo sigue creciendo y empuja la puerta haciendo que esta se cierre de forma definitiva.
Ya en el portal de la calle, maleta en mano, ambos se despiden.
- Adiós Ernest.
- Adiós Wanda.
Ella va hacia la izquierda. Él, a la derecha.

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