EL NIÑO SECUESTRADO Carmen Blanco Olaizola

 

-¡Amigos y compañeros! ¡Estamos aquí, frente al Palacio de Gobierno, reunidos en estos momentos difíciles por el dolor que estamos pasando a causa de la desaparición de nuestros hijos, hermanos, familiares y amigos! ¡Tenemos que pedir ayuda a nuestro Presidente y manifestar en contra de los organismos oficiales de este país, que no han hecho nada o casi nada para rescatar y devolvernos a nuestros familiares secuestrados! ¡Es inaceptable que la Policía, la Fiscalía Nacional y otras organizaciones estatales y nacionales no nos den respuesta sobre los casi 2000 niños, niñas y adolescentes desaparecidos en lo que va de año! ¡Y que al día de hoy aún hay casi 600 que no han sido localizados!  

Era mi primer discurso, preparado casi a la carrera para comenzar esta manifestación y motivar a las personas que accedieron a venir para luchar juntos en contra de este flagelo que se ha hecho común en nuestro país. Había venido hasta aquí alentada por mi hermano Manuel, con la intención de mover cielo y tierra para recuperar a mi hijo Carlitos, quien había desaparecido en el mercado de mi pueblo, Valera. Su plan fue subir una convocatoria en Facebook para que las personas que habían sido víctimas de secuestros de sus hijos o familiares se pusieran en contacto con nosotros. El lugar más adecuado para hacer una manifestación sería al frente del Palacio de Gobierno, en la capital.

Así pasaron varios días, y yo ya me sentía desesperada. No venían muchas personas a la manifestación convocada por Manuel. Era un panorama muy desolador para mí, y estaba perdiendo las esperanzas de recuperar a mi pequeño. Ya no tenía suficiente dinero ni fuerzas. Habían pasado más de tres semanas y el caso seguía sin avanzar.

Fue entonces cuando se me ocurrió hacer una huelga de hambre al frente del Palacio Nacional. Entonces sí que hubo más apoyo por parte de las víctimas de secuestros. De esta forma agrupamos a más de 50 personas para manifestar ante el Presidente. No éramos muchos, pero fue por esta huelga que los medios de comunicación empezaron a ejercer presión sobre los organismos públicos para aclarar el caso de Carlitos y de otros muchos niños que han sido secuestrados recientemente.

El tiempo tampoco mejora, sigue lloviendo casi a diario y el frío cala los huesos, principalmente por la noche cuando acampamos al frente del Palacio de Miraflores. No me considero una persona fuerte ni motivada. Es por eso que en estos momentos me asombro de mí misma al verme aquí, frente al Palacio de Gobierno, para manifestar todo mi malestar por cómo el Ejecutivo y otros organismos gubernamentales han manejado los casos de secuestro de menores en este país.

¡Si tan solo Pedro, el padre de mis hijos estuviera aquí, apoyándome y luchando conmigo para recuperar pronto a nuestro hijo! Mi carga sería más ligera. Pero no, él siempre cree que tiene la razón en todo y asegura que fue por mi culpa que se llevaron a mi pequeño Caritos. ¡Qué angustia, Dios! ¡Si al menos supiera que está alimentado y bien cuidado!

*****

  

Todo empezó un viernes, como tantos otros, en que Pedro regresaba a casa en la madrugada, justo antes de amanecer. Así termina siempre su semana y su sueldo de transportista: en el bar de la esquina, con sus amigotes. Cuántas veces le he dicho que los sábados por la mañana es cuando recibo el pedido de frutas para mi puesto del mercado. Hay que estar allí a más tardar a las 7:00 de la mañana. ¡Ya no aguanto más! Y ni modo que le reclame, siempre se pone violento. Termina diciendo que trabaja demasiado y necesita desestresarse con sus amigos. Ni hablar de lo que aporta para la casa, con tres hijos pequeños y una hipoteca que pagar. Mi puesto en el mercado es lo único con lo que cuento para nuestras necesidades básicas, pero eso no lo entiende y dice que trabajo porque quiero. ¡No soporto tanto egoísmo!

 Luego todo pasó muy rápidamente, la mañana del sábado levanté a mis hijos para llevarlos al mercado conmigo, ya que no tenía con quien dejarlos. Pero Carlitos me dijo llorando que le dolía mucho la barriguita y no quería ir ese día. Le expliqué que no podía dejarlos solos porque su papá había llegado muy tarde esa noche y no se iba a levantar para cuidarlos.                                                                                  

Rosita se alistó temprano y desayunó. Para ella era siempre una aventura ir al mercado porque se divertía mucho con los otros niños que sus padres también llevaban.

Los 20 minutos que transcurrieron entre la casa y el mercado me parecieron un siglo. Carlitos vomitó por el vaivén del autobús en las curvas y el ambiente cerrado, sin aire fresco, dentro del bus. ¡Dios! ¡Cómo empieza el día!, pensé.

Al fin llegamos. Le dije a Rosita que fuera con su hermano hasta el puesto de su abuela, que vendía flores en el mismo mercado, y se quedaran los dos con ella hasta el mediodía, cuando yo estaría más desocupada. Entonces podríamos almorzar juntos.

En ese momento Carlitos le pidió a su hermana que lo llevara al baño, que quedaba de camino al puesto de su abuela. Ella lo dejó en el baño de los hombres y aprovechó para ir al de las chicas. Pero cuando Rosita salió del baño no vio a Carlitos por ninguna parte, aunque lo llamó varias veces. Entonces vino al puesto de frutas corriendo, gritando y llorando porque no sabía a donde se había ido su hermanito.

Yo estaba confiada de que los dos habrían llegado al puesto de su abuela y estarían con ella, así que cuando me lo dijo entré en estado de pánico y empecé a sudar, sin saber qué hacer. Luego me entró un escalofrío en todo el cuerpo que me subió desde los pies hasta la cabeza. Entonces me dije a mí misma: “Cálmate Isabel, así no vas a resolver nada”. Respiré hondo y en un momento de lucidez le pedí al dueño del puesto vecino que me cuidara el mío mientras iba a ver a mi madre para hablar con ella de lo sucedido.

Al ponerla al tanto de lo que pasaba, mi madre me aconsejó que llamara enseguida a Pedro, mi marido.

-¡Ni se te ocurra pensar en eso! -le respondí gritando.

-Pues en algún momento y de cualquier forma se va a enterar, tarde o temprano – siguió ella – Y luego tendrás que atenerte a las consecuencias. Es mejor que se lo digas tú.

Le dije que necesitaba un poco de tiempo para pensar. Estaba segura de que Pedro aún no se levantaría. Tenía el resto del día para pensar qué hacer y cómo iba a decírselo. Podía anticipar su reacción y no sería la primera vez que lo pagara conmigo. Pablo era un hombre sumamente violento. En repetidas ocasiones me había maltratado de una u otra forma. Aparte del dolor de madre que sentía por no saber dónde ni cómo se encontraba mi pequeño, sentía el pánico anticipado de pensar cómo iba a reaccionar mi marido al saber lo ocurrido. No quería ni pensarlo.

Lo primero era ir a la policía y denunciar la desaparición. Cerré el puesto, corrí la voz y puse en alerta a todos los trabajadores del mercado, quienes organizaron una búsqueda para ver si el niño se había metido en algún lado y no podía salir por alguna razón. Pero antes, llamé a mi hermana y le comenté lo que estaba pasando.

-No te preocupes, Isa. -dijo ella -Mándame a Rosita con mamá cuando ella regrese a casa, aquí la cuidaremos mientras tú resuelves. Espero que todo salga bien. ¡Fuerza hermana!

*****

 

Cuando llegué a la Jefatura de Policía no sabía por dónde empezar. Expliqué todo desde el principio, y fui amonestada verbalmente por la agente que me dijo cómo era posible que yo mandara a mi hijo de apenas dos años, acompañado por su hermana de cinco a ver a su abuela en un mercado público, siendo los dos muy pequeños y vulnerables. Me dijo que eso era de locos y dejaba ver mi irresponsabilidad como madre.

Le expliqué que nunca había pasado nada malo allí, bueno, hasta ahora. La ciudad de Valera me ha parecido siempre un lugar tranquilo y seguro para mis hijos y mi familia. Conocemos a casi todos los trabajadores del mercado porque hemos estado trabajando allí, mi madre y yo, por muchos años.

-Yo no diría eso en los tiempos en que vivimos y el mercado, como usted bien sabe, es un lugar público. Tenemos entendido que existe una red familiar de trata de menores en Valera. Pero no se preocupe, vamos a encontrarla y destapar los casos de secuestro de menores, que no son pocos en lo que va de año –espetó la agente.

 Luego me dijo que lo que tenía que hacer era colaborar con la Policía en la búsqueda de mi hijo. Que le diera toda la información posible sobre mi familia, parientes y amigos. Incluso si teníamos enemigos, eso también ayudaría. Le respondí que hasta donde yo sabía no teníamos ningún enemigo. Al final le pregunté a la agente, casi suplicándole y con apenas un hilo de voz, si iban a encontrar a mi hijo.

-No le garantizo nada. Como ya le dije antes, son muchos los niños desaparecidos en la región en lo que va de año. Tenemos mucho trabajo y necesitamos toda la colaboración que nos pueda prestar usted, sus familiares y amigos, así como también los vecinos y colegas suyos que trabajan en el mercado municipal -fue su única respuesta.

Di las gracias y me fui, pensando qué iba a hacer esa tarde. Estaba confundida, me dolía la cabeza de tanto pensar. Todo eran ideas sin forma ni claridad. Tenía un miedo indescriptible al no saber cómo estaría mi hijo en esos momentos.

 Eran casi las tres de la tarde y no tenía mucho tiempo. Mi madre cerró su puesto y yo también. Ella se llevó a Rosita a casa de mi hermana. Algunos colegas del mercado me ratificaron lo que me habían dicho en la jefatura. Se sabía que había una “familia numerosa” en una calle poco transitada de la ciudad, cerca del cementerio que está en la colina cerca de la carretera rural. Allí, junto con algunos adultos, vivían muchos menores y algunos eran bebés. Según mis colegas, los adultos de esa familia ponían a los niños a pedir en la calle o vender artesanías de forma ambulante. Lo que más me inquietaba, era que algunos de ellos me dijeron que a los niños se los llevaban a trabajar a las guerrillas colombianas. La frontera con Colombia desde Valera está a solo tres horas por tierra. También existen caminos en la selva que no están vigilados por la Guardia Nacional.

Todas esas ideas en mi cabeza me torturaban. Tenía que pensar rápidamente para poder trazar un plan. Me fui a tomar un café en la cafetería al lado del mercado para tranquilizarme. Entonces se me ocurrió la idea de llamar a mi medio-hermano que vive en Caracas. No podía llegar a casa todavía y ver a mi marido antes de que supiera qué iba a hacer. No sabía qué le iba a decir a Pedro. Estaba segura de que mi hermano me ayudaría. Entonces lo llamé. Manuel es el hijo mayor de nuestro padre con su primera esposa. No nos veíamos desde hacía más de siete años, cuando nuestro padre murió. Entonces me propuso un plan:

-Primero que nada vamos a contactar a la Fiscalía General de la Nación para escalar el caso. Luego hablaremos con el director de la Red por los Derechos de los Niños (REDN), Eleazar Jiménez. Si es necesario, iremos al Palacio de Miraflores en Caracas para hacer una manifestación pacífica ante el Presidente, para que agilice el proceso de rescate de Carlos -me dijo.

 

Sin embargo, todo esto me parecía sumamente difícil. Contactar con la Fiscalía y REDN no sería tan complicado, solo hacer llamadas telefónicas y pedir citas, si es que nos las daban. Lo más difícil sería reunir a tantas personas para manifestar. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?

 

******

 

Como ya era un poco tarde, me fui a casa. Al llegar encontré a mi marido en una actitud amenazante. Como dije anteriormente, nunca he sido una persona fuerte. Es por eso que me casé muy joven y con el primer novio que tuve.

Pedro había escuchado las noticias en la radio y un amigo lo había llamado. O sea que ya estaba enterado de lo ocurrido y sobre aviso. Lo primero que me dijo fue:

-¿Dónde carajos estabas tú cuando se llevaron a mi hijo? Seguramente haciéndole ojitos al pescadero, ¿no? ¡Ya sé que se gustan!

 Estaba en la puerta y no me atrevía a dar un paso más. Entonces se acercó a mí y halándome por el brazo izquierdo, que casi me lo desencaja, me lanzó al suelo. Como reflejo me llevé la mano a la ceja izquierda de donde me empezó a salir sangre de la herida que me hice al caer. Con la mano derecha busqué el celular que estaba en mi bolso, diciéndole:

-¡Voy a llamar a la Policía y te voy a denunciar por maltrato!

 No era la primera vez que lo hacía.

-¿Me vas a denunciar, eh? ¿Quién coño te has creído? ¡Has sido tú la madre irresponsable que ha dejado a sus hijos pequeños desatendidos! ¿De qué estás hablando? ¡Mala madre! ¡Eres más puta que las gallinas y ahora te la das de puritana diciendo que me vas a denunciar con la policía! ¡Denúnciame! ¡Anda, estúpida!

Y en ese mismo momento me arrancó el teléfono de la mano y lo tiró al suelo, volviéndolo añicos. Sentí cómo todos los diminutos cristales que salían flotando de mi celular entraban en mi cuerpo, permeándose a través de la ropa que llevaba puesta ese día. Llorando y temblando a la vez, me agaché y estiré la mano para coger el celular, o lo que quedaba de él. Sin embargo, Pedro con un movimiento más rápido y preciso que el mío, lo alcanzó con un pie y terminó de romperlo por completo con sus botas pesadas.

Desesperada, adolorida, temblando y con un inmenso sentimiento de pérdida por mi hijo y por mi teléfono, agarré el esqueleto de mi celular y me fui a la habitación de los niños. Sin poder llorar ya de pena y dolor, pero con una rabia y frustración infinita saqué la tarjeta de memoria del celular. No le dije nada más pero ya no pude dejar de llorar, silenciosamente, como tantas otras veces.

Pedro salió a la calle tirando la puerta estruendosamente tras de sí.

Había perdido a mi hijo, mis contactos, mis fotos, mi vida, ¡todo! Llovía torrenciales y había tormenta eléctrica también, era como si todo el cielo llorara y temblara al mismo tiempo por mi pérdida y dolor. ¡Qué sensación de soledad e impotencia me embargó en aquel momento! Y sentía como me quemaba todo el cuerpo a causa de los diminutos cristales que salieron de mi teléfono. Me metí en la regadera fría para sacarme la sensación incómoda. Sentí un alivio después del baño y boté a la basura la ropa que llevaba.

Me vestí rápidamente y como pude metí algo de ropa, unas chanclas y otras cosas personales en un bolso y salí. Me fui a la casa de mi hermana donde también vivía nuestra madre. Les conté lo que había pasado en casa con mi marido. Esa misma tarde, después de un día lleno de eventos tan dolorosos, ellas me cuidaron y curaron la herida en la ceja. Cené con una rica sopa caliente de pollo y vegetales. Su aroma, sabor y la tibia sensación de llenura al llegar a mi estómago me tranquilizaron, no había comido en todo el día, y fue como un sedante para mí. Antes de acostarme me dieron una manzanilla y un calmante. Fue entonces cuando pude dormir hasta las 6:00 de la mañana, hora en que me desperté con la primera luz tibia.

******

 

Era una mañana fresca y soleada. Me levanté con un fuerte dolor de cabeza. Aun me dolía la herida. Lo primero que hice fue comprar un celular barato. Mi hermana me puso al día con los contactos perdidos, los que ella tenía claro, y me dio algo de dinero. Luego recorrería los casi 600km que separan las ciudades de Valera y Caracas en autobús. El viaje tardó casi todo el día, ocho horas en total. No pude dormir o descansar en todo el camino, aunque el paisaje era agradable y el autobús moderno y cómodo. La mente me daba vueltas, pensando y sin saber si el plan que había ideado mi hermano funcionaría. ¿Cómo empezar? ¿Qué resultados tendría? ¿Podría hacerme la idea de un futuro sin mi pequeño Carlos? Empezaba a llorar de nuevo. Aunque ya no tenía casi lágrimas, el dolor se manifestaba en mi garganta seca, como un nudo que me apretaba, sintiéndome asfixiada. Abrí la ventana del autobús para ver el paisaje y respirar un poco de aire fresco.

Temprano en la mañana, el cielo se dibujaba con motas de algodón de colores pasteles, en forma de embudo invertido y simétrico, Con nubes más pequeñas abajo dándole paso al sol, que iba saliendo poco a poco en el horizonte, abriéndose en un abanico hacia la parte más alta, donde se desvanecían las nubes más grandes en un movimiento sincronizado con la salida del sol. La amplia y soleada llanura se presentaba imponente, tan hermosa con sus tonos de verde que hacían contraste con la luz mañanera. Las vacas pastando, algún rebaño de venados buscando alimento se sumaban a las corocoras blancas y rojas volando sobre el ancho río Apure, con sus grandes palmeras de chaguaramos alineadas en la ribera, que al moverse al son del viento iban saludando a los esperanzados pescadores que a esa hora se iban adentrando en el amplio y resplandeciente río, que se recorta sobre la inmensa llanura venezolana.

Manuel me estaba esperando en el Terminal de Pasajeros La Bandera, en Caracas. Había demasiada gente y llovía. No soportaba tanto ruido en la calle: vendedores ambulantes vendiendo sus baratijas, estampitas de santos, choferes promocionando el precio de los viajes en autobús, todo a voces. Me sentí aturdida, y cuando ya habíamos salido del Terminal sentí el estómago revuelto y me desmayé. Mi hermano me sostuvo para que no cayese al suelo. Me encontré sentada en una cafetería tranquila y sin tanto ruido, con mi hermano al lado. Tenía frío, ya que la capital está a mayor altura que mi ciudad.

Le agradecí a Dios y a mi hermano estar juntos en estos momentos. Como pude, hice un resumen de lo que había pasado.

-No te preocupes -me dijo –Vamos a trabajar juntos y vamos a encontrar a Carlitos.

 Le sonreí con cariño. El aroma del café y la empanada de queso humeante me devolvieron a la vida. Fuimos luego a casa de Manuel y nos pusimos en marcha para lo que habíamos acordado. Hicimos las llamadas telefónicas y conseguimos las citas.

Cuando llegamos a la Fiscalía General ellos ya estaban al tanto de lo ocurrido, puesto que estaban trabajando conjuntamente con la Policía de Valera. Sin embargo, no nos dieron más información por temor a que pudiéramos obstaculizar la investigación.

Sin perder mucho tiempo, nos reunimos con Eleazar Jiménez, Director de REDN. Nos hizo un cálido recibimiento en su oficina en el Este de Caracas. Respecto a la previa acusación contra la familia acusada de trata de personas, Jiménez nos aseguró que en la región andina de Venezuela existe una tendencia a criminalizar a las personas pobres. "Las familias más pobres del país tienen prácticas de sobrevivencia que muchas veces son perseguidas por las autoridades”, nos dijo. “Por ejemplo, los niños ayudan a sus padres en la producción y venta de artesanías. Pero eso no es ningún delito”.

Lo cierto es que el tiempo pasaba y mi hijo no aparecía. Así que mi hermano pensó que debíamos hacer algo por nuestra cuenta. A través de Facebook, convocó a los familiares de otros niños que estaban en la misma situación. Mucha gente respondió al llamamiento, pero al principio muchos decían que tenían miedo y la convocatoria no dio resultado. Finalmente, al pasar de los días habíamos logrado reunir a unas cincuenta personas, las que estaban ahora, junto a mí, manifestándose frente al Palacio de Miraflores.

Hace frío, y una lluvia débil quiere vencer mi resistencia. Pero ahora he vuelto a sentir esperanzas. No estoy sola, y siento que mi lucha al fin no será inútil.

*******

 APARECE EL NIÑO SECUESTRADO EN VALERA

Feliz resolución tuvo el caso del niño Carlos Rodríguez Pérez, que desapareciera el pasado 27 de junio cuando su madre lo llevó al mercado donde trabajaba

 Ernesto Contreras                                                                                                                                                                                                                                                                                                             El Universal

 

Carlos Rodríguez Pérez, de 2 años de edad, permaneció casi dos meses desaparecido después de que una mujer se lo llevara del mercado donde acompañaba a su madre en Valera, Estado Táchira, Venezuela. El caso alcanzó gran notoriedad después de que su madre permaneciera varios días fuera del Palacio de Gobierno para pedir ayuda al presidente en la resolución del caso. Este viernes 14 de agosto el menor por fin fue localizado y reintegrado a su familia. El Comandante General de la Policía local declaró que varias cámaras de seguridad de diferentes negocios del mercado registraron que una niña de unos 12 años de edad tomó de la mano al chico y lo sacó del mercado para luego entregárselo a una mujer.

El informe previo de la Fiscalía General del Estado responsabilizaba del hecho a una supuesta red de trata de menores de la ciudad de Valera y la responsable, a quien identificaron como "Cristina", era parte de esa red. Detuvieron a ocho personas y desmantelaron una casa donde tenían encerrados a más de veinte niños. Sin embargo los familiares de los detenidos y algunas organizaciones civiles insistieron en su inocencia; y la mujer señalada se presentó días después para aclarar que nada tenía que ver con el caso.

Finalmente, la investigación sacó a la luz la culpabilidad de otra mujer, identificada como "Maritza", como la responsable de la desaparición del menor. De acuerdo con el fiscal Agustín Jiménez, la mujer pagó 200 BF (US$10) a la niña que sacó al menor del citado mercado y se lo llevó a la comunidad donde vive, a unos 140 kilómetros de Valera, donde fue detenida.

La acusada, de 25 años, declaró que tiene problemas para quedar embarazada y por esta razón trató de adoptar ilegalmente a un niño en situación vulnerable. La Fiscalía solicitará al juez la sentencia máxima por el delito de desaparición forzada de personas, que en Venezuela puede implicar una pena de hasta 70 años de prisión.

Tras rescatar al niño de manos de la secuestradora, la Policía lo llevó para hacerle chequeos de salud física y mental al Hospital General de Valera, donde los médicos certificaron que el niño estaba en perfectas condiciones de salud.

En una entrevista para este periódico la madre del niño, Isabel Pérez, manifestó su profundo agradecimiento a los funcionarios públicos y privados por todo su trabajo y esfuerzo al rescatar a su pequeño hijo. Sin poder contener el llanto por la alegría de tenerlo en sus brazos, la mujer expresó que perdonaba a “Maritza” y entendía su dolor por desear tener un hijo y no poder. “Quiero agradecerle también por haberlo cuidado, alimentado y darle el cariño que yo misma no podía darle en esos momentos”, finalizó emocionada la madre del niño secuestrado.


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