CÓMO CONTAR MI HISTORIA Patricia Terraza
Nunca,
claro, porque siempre escribí contando historias de otros o inventándolas. Pero
ahora que quiero contar mi propia historia se me hace verdaderamente difícil
encontrar el comienzo.
Según
mi profesor del taller literario, un cuento tiene que tener al inicio un amarre,
un enganche que suscite en el lector las ganas de saber qué fue lo que pasó a
partir de que mordió el anzuelo.
Entonces
empiezo mí historia diciendo:
El
murió una mañana. Y aún no sabemos por qué.
Pero
claro, si empiezo así, quedará deslucida nuestra historia de amor pues ya todos
sabrán desde el inicio, que fue una historia inconclusa o la leerán sin alegría
y sin disfrute sabiendo que tuvo un final tan tremebundo.
Quizá
lo mejor es que empiece contando por orden cronológico, desde el primer momento
en que nos vimos, cómo vivimos ese amor y cuándo se terminó. Porque se terminó
antes de que la muerte apareciera. Después se reinició y al final sí, se
terminó con la muerte.
Pero
eso me llevaría a no tener un golpe de efecto tan potente como el que sería narrar
la historia del amor más hermoso del mundo y su final terrible, como un hachazo.
Que fue verdaderamente lo que ocurrió. Un feroz hachazo que me vació de golpe y
me quitó el futuro.
También
pienso en escribir una carta para mis hijos, pero -y esto creo que lo vi en una
película-, me parece una idea terrible, eso de que los hijos se enteren después
que partiste que el verdadero amor de tu vida no fue su padre y tengan miles de
preguntas a las cuales no les podés responder porque ya estás en otro plano.
Y
además, los hijos no tienen por qué enterarse. Pienso en mis hijas mujeres. Ellas
son eso: mis hijas. Nunca fueron mis amigas. No corresponde que madres e hijas
sean amigas. Pueden ser compañeras, compinches, pero amigas no. Porque hay
muchos secretos pequeños y grandes que los hijos no deben conocer de sus
padres. Por ejemplo, las cuestiones de la vida sexual. ¿Qué conocimiento puede
aportarles a los hijos los detalles de la buena o mala vida sexual entre sus
padres? Suena a tabú.
O
del divorcio. Me acuerdo que pensé cuando me divorcié, que no habría ningún
juez que torciera a la ley y si algo me pasaba le entregara mis hijos a
cualquier otra persona que no fuera su padre. Porque no es una mala persona.
Simplemente no era la adecuada. Después de tres hijos me di cuenta. Y sí. O ya lo sabía pero la molicie mezclada con el
ferviente deseo de taurina de que las cosas se realicen contra viento y marea
me detuvieron y me impulsaron a seguir. Suena contradictorio ¿No? y lo fue. Y
entonces, cuando medité lo del juez, elaboré mi perfecto discurso: empezamos un
camino juntos pero después cada cual quiso seguir una senda distinta y entonces
decidimos apoyar cada cual al proyecto del otro. Suena bonito ¿no? Civilizado. Y
creíble. Y a partir de allí jamás intervine en la paternidad de mi ex marido. Bastante
tenía yo de qué ocuparme con mi propia maternidad. Y fuimos felices y no
comimos perdices pero mantuvimos las relaciones en paz.
Por
eso ¿para qué contarles a los chicos lo que no necesitan saber? Según los que
saben, ellos preguntan y uno debe adecuar la respuesta a su edad y no dar más
detalles innecesarios. Como cuando estábamos mirando esa película. Maldita la
hora que la elegimos. Que parecía ser inocente. Mi amiga Lula y su hijo estaban
de visita. El protagonista era un policía y la chica la supuesta asesina. Pero aún
no se había descubierto nada. Él tenía dudas. Y una noche, en el departamento
de ella o de él no me acuerdo, de la nada el tipo se acerca y le arranca los
botones de la camisa y le besa los pechos frente a cámara con tal avidez y tan rápido
que no nos dio tiempo a cambiar de canal o a disimular. Nosotras con Lula nos
hicimos las tontas, como que eso era algo natural. Y no, no lo era. Nadie tiene
un brote así de la nada. Sin anticipación. Bueno, en las porno quizá, pero yo
no miro porno. Me desagradan.
Bueno
la cosa es que a los tres días más o menos cuando estábamos en la plaza de los
artesanos, Pablo el hijo de Lula, le pregunta a su mamá: ¿así te chupa las
tetas a vos Alejandro? Alejandro, aclaro, era el recién estrenado novio de Lula
después de su divorcio.
A
ver, el pibe no dijo… ”besa “ dijo
“Chupa” y no dijo “pechos” dijo “tetas” y todo junto sonaba tan obsceno…
¿así te chupa las tetas a vos Alejandro?
¿Cuántos
años tendría Pablo en ese momento? ¿Nueve, diez? Era chico pero no taaaan chico
como para hacerle creer que eso solo pasaba en las películas. Yo me aparté y la
dejé a Lula en la encrucijada porque ella que era la mamá, sabría mejor que
nadie qué respuesta podría darle a su hijo. Zafé, me dijo después. Y nunca supe
qué le respondió.
Lo
cierto entonces, es que deberé disfrazar mi historia de amor para que mis hijos
y en especial mis hijas no encuentren ningún rastro que me identifique como
protagonista, porque pueden venir a preguntarme cosas que yo no quiero responder.
Y no por guardar secretos, sino porque los filos de esa historia todavía se me clavan
en la piel, en la carne y hacen que las heridas sangren como recién estrenadas.
Usaré
otro narrador, que no sea yo misma. Pero tiene que ser un narrador que sepa exactamente
lo que nosotros sentíamos, aunque la verdad, a mí solo me haya quedado el registro
de lo que yo sí sé que sentí y de lo que él me dijo que sentía. Pero certeza
absoluta, de lo que a él le pasaba por la cabeza o el corazón o el páncreas, no
tengo.
Puedo
dividir la historia en varias partes. Desde que lo vi por primera vez hasta que
me enteré que era casado. Y como estábamos tan locos el uno por el otro,
seguimos adelante hasta que su esposa quedó embarazada. Pero no, antes que eso
tengo necesariamente que contar cómo hizo para que yo me fijara en él y lo amara
tan descalabradamente. Tanto que me explotó la vida y aun no termino de juntar
los pedazos. Aun después que me casé, tuve a mis hijos y me divorcié.
Desde
el embarazo de su mujer solo podría narrar el dolor. El dolor que tuvimos que
enfrentar por decidir cortarle las alas a este amor tan hermoso, tan único, tan
florido.
Y
mi decisión de irme lejos, tan lejos que todas las piedras del camino pudieran
sepultar hasta el último de los recuerdos.
Ahí
podría relatar cómo fue mi vida hasta que conocí al padre de mis hijos y decidí
casarme y etc, etc.
Pero
de él no puedo contar nada porque no tuve más contacto ni conocimiento. Hay que
recordar que en esa época no había internet ni celulares ni nada que pudiera
ayudar a comunicarse más que las cartas. Y no, no daba para que yo le
escribiera ni menos para que él me escribiera a mí. Por empezar ni siquiera
sabíamos dónde estaba cada cual. Yo sospechaba que él seguía viviendo en la
misma ciudad de nuestro amor. Pero yo había girado tanto que ni siquiera recordaba
por todos los lugares donde había estado lamiendo mis heridas.
Acá
también tendría que escribir cómo me di cuenta que el padre de mis hijos era un
celoso peor que todos los Otelos juntos. Celoso a rabiar… ¡qué bien había
escondido ese aspecto de su persona! ¿O yo no me di cuenta porque no quise
darme cuenta? Bueno eso tampoco quiero que mis hijos lo sepan. Las cosas que su padre hizo por celos y que
yo aguanté por…que se yo, por taurina.
Una
carta de él hubiera significado el fin del mundo, de ese mundo que yo construí
con el padre de mis hijos valiéndome de todos los esfuerzos y todas las
artimañas que me ayudaban a olvidar, a hacer de cuenta que él jamás existió y
que en definitiva, la única verdad era que no me había elegido a mí sino a su
esposa y que con su pan se lo coma, ya que yo tenía mi propio camino que
seguir.
Si
sigo contando cronológicamente, aquí vendría la parte en que me entero de la muerte
de su esposa. Veinte años después. Y la brusca, brusquísima e inesperada aparición
de su figura en la puerta de mi casa. Vine a buscarte, me dijo. Veinte años
después.
Ese
sería un golpe de efecto, aunque sospecho que los lectores querrán saber cómo
me encontró. Si, ahí aprovecharía para escribir el diálogo donde me contó las
cosas que hizo para encontrarme, apenas fallecida su esposa. Había salido en mi búsqueda y a través de uno
y otro fue tejiendo la red que le dio las certezas de la ciudad donde yo vivía.
Y de ahí a mirar la guía telefónica fue un solo paso. Tampoco nada detectivesco.
Es que teníamos muchas amistades y conocidos en común, vale decir que si nos
hubiéramos animado, hubiésemos podido encontrarnos en cualquier momento y no
esperar 20 años.
Pero
así las cosas; él ya viudo y yo divorciada. Y volvimos a recomenzar.
Esta
es otra parte. El recomienzo. Él con su duelo a cuestas, yo dándome cuenta que
estábamos viviendo una historia que ya no existía, es decir estábamos
reviviendo lo que ya había pasado y no construyendo nada nuevo. Era como un
rebobinar con personajes que ya no eran jóvenes e idealistas, sino un hombre y
una mujer maduros, con hijos, con sus cicatrices a cuestas.
Y
hasta aquí él no muere de esa manera tan repentina. No. Tuvimos un tiempo yo
diría que largo, para: a) rebobinar lo
vivido y b) darnos cuenta y empezar de cero con otra cosa totalmente distinta.
Y
ahí es cuando muere. Cuando decidimos empezar algo distinto.
Pero
si lo pienso bien, será un esfuerzo demasiado grande disimularme entre los
protagonistas. Solo quien vivió esa historia puede definir con precisión cada
instante, cada magia, cada gota de risas o lágrimas, cada cabalgata a campo
traviesa por nuestros propios cuerpos.
¿Y
a quien le seria de utilidad? Hay que sacar el término utilidad de la
literatura. La literatura es gozo. No debe servir a un fin último, dice mi
profesor. Y está bien, pero esta es una historia más, trunca para peor, o con
un final para nada feliz.
Que
él no va a leer, porque bueno, ya murió y yo no quiero recordar, precisamente
porque él se suicidó y nuevamente no me eligió.
Cada palabra empuja a leer la siguiente, imposible parar hasta leer la última!
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