MUCHA RISA Amanda Vilanova

La cosa empezó como a las diez. Antes de eso ella estaba tranquila, viendo la telenovela. El encuentro entre los protagonistas esa noche fue particularmente candente. Se miraron de lejos, se rozaron los dedos y ella pensaba en el momento en que eventualmente se besarían, aunque faltaban semanas para eso, claro. Se los imaginaba segundos antes con los labios de las dos estrellas casi rozándose. El protagonista, Joaquín Santos, sería el que ocasionaría el encuentro final; su insistencia les regalaría un final feliz.

La música la había poseído ya. Hasta había olvidado el tono verde neón de su vestido corto; el spandex que la cubría de hombro a medio muslo y que si zarandeaba demasiado podía mostrar asuntos que ella, usualmente, no estaba dispuesta a enseñar del todo. Quería enseñar un poco, vamos, pero no todo. Horas antes, al vestirse con sus dos amigas se había imaginado el momento en que algún machito le dijera “¿Y por qué te pones un traje con un hueco bajo los senos si no quieres que te toque?” Y se miró al espejo un largo rato con una expresión que casi parecía deseo. Su elección del color y la forma del vestido la había tomado por sorpresa. La cartera de brillo negra que colgaba de lado reflejaba los destellos de la luz del cuarto. El atuendo tenía que ser perfecto. La primera vez que te dejan salir a una discoteca es una ocasión que se recuerda siempre.

¿Habrá sido la voz del presentador? A ella le pareció más aguda de lo normal. Tenía un tono de perro con hambre, de niño chillón, de cosa mala… Sí, fue el tono de voz de Pedro Jiménez, el ancla del noticiero, lo que le empezó a crear tensión. Antes de la primera pausa comercial, Pedro habló de la economía y de un asesinato de una mujer que permanecía sin esclarecer. Eso pasa todos los días en este lugar. ¿Por qué el tono tan nasal, Pedro? ¿Por qué la tensión?  A ella esto le provocó algo así como una premonición, un no sé qué. Algo va a pasar hoy. Le va a pasar algo esta noche. Lo sé, se dijo.

Las vibraciones casi obscenas que lanzaban las bocinas ya la iban relajando. Obscenas no por su género, lo bueno de ese sitio es que tocan cosas variadas, se puede bailar de todo en una sola noche. Las vibraciones eran obscenas en su dádiva. Aquellas bocinas que cubrían el cuarto y los pasillos oscuros entregaban ritmo en abundancia, en demasía. Tenía un vaso de vodka con cranberry en la mano y de pronto le pareció extraño… yo pedí cranberry o china… o los dos… la confusión le dio mucha mucha risa. ¿Quién le había dado el trago este? Bueno, eso también, el vodka también la había relajado. El klak klak de sus tacones altos caminando por el pasillo le dio mucha risa. La sensación de flotar del estómago hacia arriba y sus piernas que se sentían como chicle estirado le dio más risa todavía.

A mitad del noticiero anunciaron que la vedette y actriz Pilar Martínez se divorciaba por segunda vez. Además, que tendría el papel estelar en la obra de teatro “Mi esposo, mi amante y yo”, que estrenaba ese fin de semana en el Centro de Bellas Artes. La imagen de promoción la mostraba con un traje casi inexistente entre dos hombres, uno sin camisa y el otro vestido con un traje de oficina tan apretado que parecía a punto de estallar. Ella había entrado en una leve crisis ya, imaginando la variedad de cosas que podían ocurrir. Aun así, la palabra cualquiera se le asomó entre ceja y ceja. Se acercaban las once y todavía no sabía nada, ni siquiera un mensaje de texto había recibido. No sabía qué hacer con esta certeza. Le sudaba todo, las manos, la cabeza hasta las orejas. Se imaginaba los diversos escenarios en lugares oscuros… Esto no es racional, por Dios.

Las caderas se movían de un lado a otro. Tu traje está cabrón. Qué bella. Wow. Un coro de frases similares la seguía. Para ser su primera salida a una discoteca parece que había acertado con el look escogido. Eso le daba más risa. Se mojó los labios. Directamente frente a la bocina, el bajo se sentía de maravilla. Dembow y nada más es lo que había en el aire. Sentía las vibraciones del norte al sur y del este al oeste de su cuerpo. Ya el trago rosa le oscilaba en el estómago y le salía por los poros. Se pasó las manos de la espalda al cuello, limpiando el sudor delicioso.

A las doce menos cuarto, en medio de un anuncio de Mirta de Perales en el que Mirta delimitaba las maravillas de su producto de pelo que “deja cualquier hebra, hasta las más difíciles, suave y china, china,” la ansiedad se apoderó de ella totalmente.  Llamó, llamó y llamó. La falta de respuesta la cegó. Se montó en su carro. Comenzó su proceso de deducción. Condado no. San juan quizás, pero solo dos posibles…Santurce…quizás…Río Piedras…

El trago en su mano izquierda era de un color ocre y colgaba detrás del hombro de su parejo del momento. Este trago estaba particularmente dulce y el hielo se bandeaba en el vaso plástico con cada caderazo. Ella ya estaba flotando de verdad. Tenía las rodillas dobladas entre las rodillas del chico con cabeza rapada. El roce del mahón con su piel le daba cosquilla. Se hace el cerquillo cada dos días este. Que risa. Que risa. Tu traje está cabrón. Bailas cabrón. Ella le sonrió… ya mismo le contesto, deja que termine esta bachata. En los últimos acordes de la canción ya el machito iba pasando la mano de la espalda hacia la cintura. Tu traje está cabrón. Los dedos del parejo iban moviéndose hacia el frente…hacia el hueco. Ella supo en ese momento que había que tomar una decisión. ¿Para qué me lo puse? ¿Para qué vine? ¿Para quién?

Juana del Pueblo, el tiempo no pasa en vano y si él miró para el lado es que no estaba para ti. No estaba dispuesto a envejecer contigo. Mucha suerte y gracias por llamar. Ya había entrado a tres lugares. ¿Por qué tendrán las luces tan oscuras en esos sitios? ¿Por qué en la radio en las noches los que discuten son mujeres con problemas? Me estoy poniendo vieja. Algo va a pasar hoy. Algo. Tengo que encontrar el sitio.

Yo sé que mi traje está cabrón, pendejo. Por eso me lo puse. Lo empujó. Se mojó los labios. Echó la cabeza para atrás y bajó el trago ocre de una. Sintió que el azúcar le llegaba al cerebro. El machito tenía cara de confundido, una expresión entre risa y enojo. Ella se giró y se posó directamente frente a la bocina una vez más. Allí se sentía más a gusto. El machito se acercó poco a poco a la espalda de la chica que daba tumbos con las caderas. La tocó suavemente. Ella se dejó tocar. El machito bajó la mano y la posó en la nalga izquierda de la chica. Ella giró. Se encontró a milímetros de la boca del parejo. Le plantó los ojos. Tú no entiendes, que la que está cabrona soy yo. Ella tensó el cuerpo entero y le zumbó el puñetazo que le tenía reservado a este…el representante de todos los machitos en su primera noche de discoteca. El machito se quedó atónito. Qué carajo jodía cabrona, loca. Lo dijo con rabia.   

Karlaaaaaa. Karlaaaa. Se escuchó por encima de la música.

Mami... que carajo. ¿Qué carajo haces aquí? Ven, ven acá. ¿Quién es este? Nadie mami, nadie. ¿Quién es esta vieja? Cállate irrespetuoso y despégate.

El machito confundido y enojado, con la mano en la cara las miraba a las dos sin saber qué hacer.

 ¿Y ese traje? ¿De dónde sacaste ese traje?

Erica, a quien el bouncer había dejado entrar vestida con sus sandalias metedeos, mahones viejos y cartera de señora, después de escuchar una larga explicación sobre la premonición que la había llevado a iniciar la búsqueda a lo largo de las discotecas y chinchorros de mala muerte del área metropolitana, cogió a su hija Karla del brazo. 

Vámonos. Mami. Vámonos dije. Qué vergüenza. Acaba que nos vamos.

¿Por qué nunca contestas el teléfono?

El silencio en el carro, después, pesaba.

Le di un puño. ¿Al nene? Si. ¿Por qué? Me cogió el culo.

Hubo una pausa larga en la que Karla pensó en su traje y se sintió extraña. Se sintió entre mareada y dormida.

Qué bueno. Por fresco.

Madre e hija intercambiaron miradas.

Y a las dos les dio mucha risa.

 

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